Capítulo 18

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O no tan perfecto. 

Al parecer Brandon había llevado su propio auto (no estaba segura de si era de él o si alguien se lo habría prestado), el cual estaba aparcado frente a su casa. 

Se había subido al asiento de copiloto y hasta en ese momento, no se había dado cuenta de su boca: estaba pastosa y con mal olor. Hizo una mueca. Estaban a mitad de la calle. Ya habían pasado su casa y se encontraban en un plaza. No podía hacer nada. 

Se le ocurrió comer algunos chicles de menta. Entonces, al rebuscar en su bolso, se dio cuenta de que estaba vacío. No había guardado ni su celular por lo apurada que estaba; le dieron ganas de darse contra el vidrio de la ventana: aquél día estaba muy despistada. 

Brandon estacionó el auto y la miró sonriente. 

—Listo, hemos llegado.

Tina sonrió sin poder evitarlo, pero se tapó con la mano la boca de inmediato. No quería ni hablar. 

Brandon se bajó y rápidamente le abrió la puerta a Tina, como todo un caballero. Tina estaba maravillada. Se sentía como en un sueño. Era como si de un momento a otro pudiera irse volando al País de Nunca Jamás. 

Caminaron un rato por la plaza. Brandon no paraba de hablar, y Tina no se atrevía a hacerlo. Sentía que si lo hacía, entonces su mal aliento lo alejaría de ella. Así que no quería arriesgarse. 

No muy a lo lejos, Tina divisó lo que era una tienda que le salvaría la vida.

—Oye, Brandon —dijo Tina. 

—¿Sí? 

—Me disculpas un momento —no lo miraba a la cara. Su vista estaba clavada en la tienda, como queriendo teletransportarse—. Es que... me gustaría comprar algunos... chocolates. 

—¿Eh? —dijo él, confundido. Siguió el trayecto de su mirada y entendió.

—Sí, ¿me esperas?

No esperó por la respuesta. Salió prácticamente corriendo al encuentro suyo con la tienda. Entró apartando la pesada puerta de un golpe y buscó por todos los pasillos alguna pasta dental o cepillo de dientes. 

Nada, nada, nada. 

Hasta que al fin sus ojos encontraron lo que tanto necesitaba. 

Corrió como endemoniada hacia la pasta dental versión bebé y a los cepillos de dientes recién nacidos. Eran pequeños y perfectos. 

Se dirigió a la caja para pagar. Vio la rubia cabellera de Brandon a través del vidrio de la tienda. Estaba recargado de espaldas, esperándola. Eso ocasionó una muy agradable sensación en su estómago. Estaba perdidamente enamorada de aquél chico. 

—Eh... ¿Disculpa? 

Tina parpadeó varias veces y volteó a ver al cajero con una sonrisa risueña. 

—¿Sí? 

—¿No vas a pagar? —dijo él. 

—Eh... Sí, espere. 

Buscó por ahí unos chocolates. Los agarró y de pasó, unas mentas. Las puso en delante del cajero, junto al cepillo y la pasta. El cajero tomó las cosas y empezó a cobrarlas. Cuando le dijo la cantidad, Tina, con una grande sonrisa, asintió y rebuscó en su bolso. 

¡Maldita pobreza!

Se le había olvidado también el dinero. ¡Todo! Agh. Se estaba volviendo loca. 

Bajó lentamente la bolsa y la volvió a colocar con lentitud sobre su hombro. Se pasó un mechón tras la oreja y recargó un codo en el mostrador. 

Una segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora