Herencia

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Los Manríquez, una familia llena de problemas con seres desconocidos, llena de situaciones fuera de lo común, una familia que ha caído una y otra vez, cada vez las cosas van a peor.

Darío Manríquez, padre de Darrel y Abuelo de Dilian, un joven que se dedicaba a su granja, de adulto era el propietario absoluto de la misma, con una mujer sordomuda como esposa, un hijo feliz que siempre solía ayudarle a cosechar, a alimentar al ganado.

Todo aquello que siempre quiso de le fue de las manos cayendo en una total bancarrota, las cosas no mejoran y estaban a punto de vender todo lo que tenían, todo lo que había trabajado en su vida, así que buscó una alternativa fácil.

En un granero metió una de sus vacas, velas y una navaja, empezó a hacer un círculo de sangre para hacer un sacrificio, iba a sacrificar su vaca y algo más.

Leinad, el segundo caballero del Inframundo, había aceptado aquel sacrificio y se hizo presente para hacer un trato con aquél individuo.

-¿Así que quieres productividad en tu campo?-

-Sí, es lo único que le pido, que aquello sea de beneficio para todos mis descendientes, para no dejar este lugar que tanto me ha costado.- Decía mirando a aquel ser superior.

-Ya entiendo.- Decía descendiendo poco a poco hasta poder estar al alcance de Darío. -Pero ten por seguro que el precio va más allá de una simple vaca, además, nosotros no podemos comerla así que sería mucho mejor si pudieras ofrecer algo más allá, algo como una alma...-

-¿Un alma?- le preguntaba con algo de miedo por la sugerencia del contrario.

-Claro, eso es algo que nos sirve de mucho de dónde vengo, al parecer quieres hacer un trato con el señor Hades, cuando realmente debió haber sido con la diosa Deméter.-

-Diablos, siempre meto la pata.-

-Tranquilo, por suerte el señor Hades puede hablar con ella. El precio será una parte de tu alma y de tus descendientes, tanto hijos, nietos, hasta la cuarta generación.-

-¿Cuatro generaciones más allá?, Eso es demasiado, pero creo que no puedo negarme...-

-entonces solo cierra el trato...- decía mientras extendía su mano hacia Darío.

Darío sin dudar ni un solo segundo tomó su mano y de pronto a ello, Leinad desapareció y comenzó a llover, parecía como si viniera un diluvio en camino, llovió durante 5 días y 5 noches, al sexto día comenzó a hacer sus efectos el trato en aquel sitio, las cosechas empezaron a producir 10 veces más de lo que daban, gracias a ello, Darío comenzó a regalar parte de sus cosechas a vecinos y conocidos en forma de agradecimiento, pero después la avaricia llegó a su corazón y comenzó a vender todo extremadamente caro, unas personas si lograban comprar, otras no.

Gracias a ese sentimiento avaricioso por poseer dinero, las cosechas produjeron 20 veces más de lo que producían y muchas veces las cosechas se quedaban echadas a perder.

Unos cuantos años después, cuando Darrel era joven, el trato comenzó a hacer de las suyas, la avaricia junto con el peso de sus pecados comenzaron a hacer que Darío cambiara, se volviera un ser áspero, agrio, frío con su familia y un completo ser engreído.

Poco a poco se iba perdiendo su humanidad hasta que llegó ese día...

-¿Papá?, ¿Estás bien?-

Se escuchaban gruñidos en la habitación, observabas las puertas y se notaban rasguños, ya hace algunos días que Darío habitaba solo su cuarto, Sonia (la madre de Darrel) dormía en otra habitación porque ya había visto a Darío hablando cosas bastante extrañas, por miedo es que está de comenzó a apartar de su camino.

-Contesta papá, estoy realmente preocupado...- Decía el menor mientras observaba a su padre en aquel estado.

De pronto Darío atacó a Darrel, por suerte, la reacción de Darrel fue rápida y salió de la casa a tiempo siendo perseguido por su padre.

Su alma había sido tomada por Leinad para confirmar la primera parte del pago del trato.

Darío terminó encerrado en un granero, encadenado y cuando el resto de vecinos se enteraron de lo sucedido, lo quemaron vivo dentro de aquél granero...

Las amenazas comenzaron para Darrel, su madre murió y este se vio con la necesidad de salir de ahí. Tenía ya 20 años cuando se fue a la ciudad.

Años después, volvió a encontrarse con Sarah, el amor de su vida, aquella había pasado por una crisis dónde había olvidado su pasado, había olvidado de dónde venía y su familia, ésta había huido de casa y había perdido el apoyo de sus padres.

Darrel no dudó ni un segundo de que se trataba de su amor de juventud, siguieron saliendo y tiempo después se casaron, al poco tiempo de haberse casado Sarah dio a luz a Dilian.

Estos 3 eran la familia perfecta, todo rondaba y marchaba bien para ellos, hasta que aquella Herencia se hizo presente en sus vidas.

Dilian cursaba la secundaria cuando todo comenzó, era una tarde como cualquier otra, las cosas en la escuela para Dilian resultaban un tanto complicadas, se encontraba estudiando para un examen realmente importante para su escuela. Era un examen de matemáticas que pondría a la escuela en uno de los primeros lugares en nivel académico.

Se encontraba cansado, estresado y con ganas de llorar, por su parte, Darrel se encontraba ayudándole a estudiar, haciéndole preguntas para poder ayudarle a qué fuera más fácil.

-¡Vamos hijo!, Tú puedes, es realmente sencillo.- decía intentando aumentar sus ánimos.

-No papá, no puedo hacerlo, voy a defraudar a todos y seré una decepción por el resto de mi vida.- golpeaba la cara contra la mesa.

-No, no serás eso, tú serás alguien grande y con un buen trabajo, algún día tendrás que mantener a tu propia familia y no estaré yo para ayudarte.- -Padre, esto es diferente.- seguía sin levantar el rostro.

-Está bien.- su expresión comenzó a cambiar por completo. -Sigue siendo el fracasado que has sido hasta ahora, el fracasado que eres y que siempre serás en la vida por no seguir intentando y olvídate de que te siga pagando las cosas que tanto te gustan.-

-Pero ¿Por qué?, Papá, ¡no me hagas esto!- mencionaba en forma de protesta.

-Baja ese tono de voz de una buena vez, no quieres estudiar un poco más y todo ello va a repercutir en tu futuro.-

-Sólo es un estúpido examen.- decía entre dientes.

De pronto solo se escuchó el sonido de una cachetada.

-¡Qué sea la última vez que dices una palabra de ese tipo!-

Por desgracia, Dilian no entendió a lo que se refería su papá y comenzó a insultarlo desatando la ira de su padre en contra suya. -¡Eres un idiota, no entiendes papá!-

-¿Idiota yo?- decía mientras se sacaba el cinto. -¡Te voy a enseñar a respetar!- su impulso comenzó a poseer totalmente su cuerpo, su alma estaba empezando a pagar parte del precio de aquél trato que hizo su padre hace algunos años.

Golpeando a Dilian con el cinto, no paraba ni un solo segundo, de pronto Sarah se percató de todo lo que sucedía y decidió irrumpir, lamentablemente, también ella sufrió de algunas lesiones.

Darrel no paró hasta que logró notar que Dilian ya se encontraba con algunas heridas abiertas, su cuerpo comenzaba a tener algunas llagas que comenzaban a lastimarle.

-¿Pero qué he hecho?- Se preguntaba aterrado mientras se alejaba. -Perdóname hijo.- se marchaba corriendo hacia el segundo piso.

Las cosas a partir de ahí no cambiaron, los golpes se hicieron cada vez más frecuentes y la vida de Dilian y Sarah pendían de un hilo.

La Herencia, aquél trato no solo afectaría a quien lo hizo, sino también a todos los descendientes del mismo hasta la 3er y cuarta generación, las vidas de Darío y Darrel ya habrían terminado, pero aquellas que aún estaban en riesgo de ser atacadas por aquella desgracia de hace ya más de 50 años, eran Dilian, Darío II y Danna.

¿Podrán liberarse de aquella maldición que terminaría con la vida de cada uno de ellos?, ¿Dilian ya es parte de ello?, ¿Las cosas mejorarán para los Manríquez? 

En búsqueda de una verdad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora