Después de un largo sueño, de un invierno frío, despertó. Su infancia junto a sus hermanos nunca había sido tan feliz. Tenía recuerdos de vidas anteriores, de otros sueños y otros ciclos de sí mismo, pero aquella vez, el destino le deparaba algo inesperado.
El precioso tulipán intentaba erguirse igual que sus hermanos, pero era pequeño y muy joven y su belleza verde y temprana no destacaba en el mar de colores que le rodeaba. Uno a uno, el resto de flores se fueron marchando, compradas por parejas felices, por abuelitas o por gente contenta con soleados jardines. Triste y solo, pensó que jamás crecería lo suficiente como para ser bello, jamás conocería la vida en un jardín, bañado por el sol y alimentado por el cariño. Su destino era vivir una y otra vez en la misma existencia, en ese mismo vivero donde solo era un número y un precio. Entonces llegó ella…
- Hija, no puedes cultivar tulipanes en esa terraza tan pequeña y al lado de la cocina. Son flores muy delicadas…
- ¡¡No!!- gritó el tulipán con una voz inaudible para los humanos- Los tulipanes somos fuertes, bellos y orgullosos como pocos, pero nuestra vida es corta.
- No pierdo nada, mamá. Si se me marchitan, no vuelvo a plantar más y ya está. ¡Mira, solo queda uno! ¡Qué suerte! Perfecto para la jardinerita de al lado de las fresas.
¿Una jardinera? ¿Una terraza? No tendría un jardín bañado por el sol, languidecería en un piso urbano y acabaría seco en la basura… Se sumió aún más en la tristeza. La joven se lo llevó, dejando solo su vacío en medio de la plancha de metal que sostenía las macetas de los tulipanes. La pobre flor veía su sueño truncado pero, una vez más, el destino le tenía guardada una sorpresa.
Aquella chica tenía una casa pequeña y sencilla en un piso alto de una ciudad mediana. Le desembarazó de su tiesto de plástico para plantarlo en una pequeña jardinera con mullida y húmeda tierra. Fue un alivio para él, pues aquel pequeño recipiente le hacía daño. La terraza, lugar extraño para él, resultó estar igualmente bañada por el sol tal como siempre había soñado. La compañía no podía ser más alegre, compartía lugar con unas animadas y habladoras fresas, con un altanero y descarado perejil y una hierbabuena que expandía su aroma y alegraba el rostro de su dueña. Desde su jardinera, escuchaba música, percibía olores deliciosos y oía las risas de la joven cuando hablaba por teléfono, pero seguía sin tener una flor con la que alegrarla, pese a que ella le cuidaba con cariño.
- ¿De qué color eres, pequeño? – le preguntó un día- ¿Naranja como el sol? ¿Eres violeta? ¿O eres rojo como la sangre? Puede que mi madre tuviera razón y este no es el lugar para una flor tan bella y delicada como tú. Yo… Yo solo quería un tulipán…
- ¿Por qué?- preguntó la flor.
Sorprendentemente, la joven pareció entenderle.
- Simplemente quería un tulipán…
¿Acaso es eso lo que los humanos llaman cariño? ¿Acaso ella le quería porque sí, sin razón alguna? La flor comprendió lo que era ser amado, esa sensación de ser querido sin reservas, de no ansiar nada y, aun así querer darlo todo. Y creció y floreció, majestuoso como pocas flores, tiñendo de un intenso rojo la humilde terraza de aquella joven. Los dedos de la muchacha a veces acariciaban sus pétalos, mientras sonreía y le decía lo precioso que era. En todas sus numerosas vidas jamás había sido tan feliz.
Pero llegó el ocaso… Poco a poco, su color languideció y sus pétalos se marchitaban sin remedio. El tulipán lloraba amargamante viendo el final de su vida. La mujer se lamentaba de lo poco que disfrutó de su belleza y su majestuosidad. Sus hojas se volvían pajizas y sin lustre y sus llamativos pétalos cayeron del todo.
Era el final. Pero no se lamentó, sino que agradeció el haber vivido tan intensamente, el haber amado. Se sintió bien por haber alegrado el gris armazón de aquella terraza y haber hecho del mundo un lugar mejor. Vio la cuchilla de la tijera, sintió su filo frío y amenazante.
- Hazlo, amada mía, mi vida te pertenece, es justo que des el golpe de gracia.
Y sesgó la vida de lo que quedaba de la bella flor, que cayó al suelo. Todo se volvió oscuro, pero, al principio, todo está oscuro. La hoja de la tijera no acabó con él, sino que volvió a sumirle en un profundo sueño. Su esencia, todo lo que él era, quedó oculto en la tierra esperando y descansando. Cuando la primavera despuntara, volvería a verla, volvería a conversar con las fresas, a discutir con el perejil, a reír con la hierbabuena y volvería a sentir esa delicada caricia sobre sus pétalos. Una nueva vida llegaría y la viviría con la misma pasión que la que se acababa.
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La contadora de sueños. Relatos cortos, cotidianos, mágicos y épicos
Conto¿Un coche puede ser una fiera montura? ¿Qué misterio ocultan las galletas que nos hacen tan felices cuando las comemos? Los niños son capaces de ver el otro lado de la vida. ¿Por qué tenemos que resignarnos los adultos? Vuelve a soñar con esta peque...