El león negro

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        Por amor acepté el exilio, por amor a aquellos que me dieron la vida. Sin pensar en las consecuencias, o más bien sin querer pensar en ellas, inicié algo nuevo junto a ellos, lejos de lo que yo consideraba mi hogar.

        La añoranza consumía mi alma, desterrada, dependiente, sin poder campar libremente sin ataduras tan como hacía antes. Caminar ya no era suficiente, caminando nunca llegaría. Sólo quedaba la opción que tanto temía, que tanto había evitado. Y entonces sucedió…

        Llegaste para ser montura de esta pobre guerrera que añora su pequeño mundo. Tú, majestuoso león negro, brillabas como el sol la primera vez que te vi. Sigues brillando como el primer día. Te tuve miedo al principio, lo reconozco y no me arrepiento, eras demasiado poder para que te pudiera dominar, demasiado ingobernable, pura pasión oculta tras una fría carcasa. No somos tan diferentes el uno del otro. Tocarte, sentir tu latido, sentir que somos tal para cual, no hace falta nada más. Es la montura quien escoge al jinete, ahora lo sé.

        Juntos somos imparables, indomables, inseparables. Formas parte de mi mundo, viniste a revolucionarlo sin saberlo, con tu abrazo metálico y tu rugido poderoso. Me acoges sin reservas, juntos somos uno, destierras el miedo con solo un suave ronroneo. Eres reflejo de mi convicción, de mí misma, seguridad y aplomo que creía dormidas.

        León negro, que brillas como el sol, que rasgas el silencio con tu rugido, mi deseo es que el camino sea largo.

La contadora de sueños. Relatos cortos, cotidianos, mágicos y épicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora