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Cuando el pianista se separó, Kayn pudo notar apenas un destello de conflicto en la mirada ajena. Pero sólo fue eso. Luego de besarle con tal ansiedad, Jhin le había mirado como si lo que acababan de hacer fuera sólo un acto de guión más, como esos que solía escribir en su libreta de notas durante días cortos y noches largas.

Shieda Kayn se quedó mudo. Hace sólo un momento se había sentido tan confiado en poner a prueba al pianista, pero ahora, viéndose en tal situación, se sentía incapaz de decir una sola palabra. Porque para él, un beso no era algo que pudiese fingir como si nada. Kayn no era un experto en cuanto a demostraciones de cariño se trataba, pero ¿un beso no era un acto exclusivo de afecto real entre dos personas? No es como si pudieses andar besando a cualquiera que se te pusiera por delante... yo no haría eso, pensó Kayn, dubitativo.

Kayn exhaló un resoplido y bajó la vista, mirando con disimulo los pantalones de Khada, y se percató de que lucían evidentemente más ajustados en esa zona. Pero pronto desvió la vista rápidamente, sintiéndose avergonzado consigo mismo por el sólo hecho de haber querido detenerse para mirar y comprobarlo.

Por un momento sólo se pudo oír el silbido del viento moviendo el estandarte del campamento. Para llenar el vacío incómodo, Kayn torció apenas una sonrisa y levantó los ojos hacia el rostro ajeno, aún sintiéndose inseguro sobre verlo de frente cuando apenas había ocurrido eso... y aquel repentino beso. 

—Perdóname —dijo el hombre frente a él—, me he dejado llevar.

Con ello, Jhin le dedicó apenas una mirada y alejó sus manos de él, mientras comenzaba a encaminarse hacia la salida del campamento, volviendo a ajustar los accesorios sobre su rostro. Un par de segundos y el rostro de Khada Jhin se perdió bajo el impecable marfil de aquella máscara.

—Ya es momento de irnos —le había dicho, antes de seguir su camino—. No es buena idea quedarnos mucho tiempo aquí.

Kayn le miró marcharse. La oscuridad de la noche fue suficiente como para ocultar el ligero movimiento extraño al caminar, porque vaya que era difícil caminar con una erección. El mismo Shieda ya lo había experimentado antes.

No hizo movimiento alguno hasta que la silueta del pianista se perdió en el frondoso paisaje a través del camino de piedras. Transcurrieron un par minutos hasta que se decidió a seguirle. Aunque ni molesto, ni perturbado. Sólo impresionado por lo que acababa de suceder.

Se rascó la nuca mientras caminaba, sin palabras. Extraña manera de terminar una emboscada... pensó.


Cuando Kayn regresó de aquel camino de piedras y llegó a la apertura de las ciénagas, notó el vago reflejo de la luna proyectándose en las aguas del vasto lago. Buscó con la mirada a su nuevo acompañante de asesinato y no lo halló por ningún lado. De hecho, apenas podía ver algo que no fuera la vaga luz lunar en la oscura noche. Mientras se acercaba a la orilla del embarcadero una brisa fría le golpeteó la piel desnuda y se quedó quieto en su posición. No veía a Jhin ni el bote por ningún sitio.

Inevitablemente contuvo la respiración. No, no podía ser, ¿acaso Jhin se había marchado, dejándole solo en aquel lugar? Kayn se mordió los labios y la sola idea de eso le provocó una incómoda sensación en el pecho. Miró de lado a lado, mas no encontró nada.

Pasaron los segundos, y Shieda comenzó a preguntarse cómo demonios lograría ahora irse de ese sitio... pensando en lo tonto que había sido. ¿Quién sería tan estúpido como para embarcarse en un viaje con un maldito asesino prófugo? ¿Quién confiaría en alguien así? No... más que eso... ¿Quién iría a visitar diariamente a alguien como Jhin, y siquiera disfrutar de pasar el tiempo con él, tanto como para querer regresar... una y otra vez?

Matices de Rojo | Jhin x KaynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora