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Lo había decidido, no había espacio para echarse atrás. Y por supuesto que tampoco querría hacerlo.

Jhin había aceptado su propuesta, pero su expresión denotaba tal perplejidad que incluso Kayn no pudo pasar por alto. De seguro había sido algo que ni siquiera el mismo pianista podría haber esperado.

La noche estaba en su punto más álgido, Kayn esperaba a Jhin cerca de la salida del salón de vestuario. Y este comenzó a tardar más tiempo del que Kayn quería esperar. El chico se puso a pensar... ¿Cómo debería llamar al pianista por esta vez? ¿Su nuevo acompañante de asesinato, quizás? Mientras divagaba largo y tendido, los minutos pasaban en el reloj de mesa y a Kayn comenzó a irritarle tanta demora; cuando Shieda se decidía por hacer algo de improviso, le gustaba hacerlo rápidamente sin la menor preparación posible.

Pero Jhin... él prefería cuidar cada minucioso detalle. Antes de sumergirse en cualquier emboscada, Khada Jhin seguía una estricta rutina: buscaba su revólver, lo limpiaba y cargaba... el traje debía estar espléndido, así como el perfume rociado sobre la piel de su cuello, que por esta vez había decidido dejar al descubierto. Por último, la máscara. Ni una sola gota de sangre sobre el perfecto color marfil de su máscara.

Había hecho de cada salida antes de asesinar, un ritual.

El tiempo seguía pasando, y exactamente en el preciso momento donde Shieda se había decidido en ir protestar al pianista por su demora, éste apareció finalmente desde la mampara divisoria de su tocador personal. La oscuridad había consumido aquella sala de vestuario desde hacía bastante rato atrás, cuando Khada Jhin había decidido apagar sus lámparas, permitiendo que aquella vaga luz lunar que lograba filtrarse desde el ventanal fuese suficiente.

—Ugh. Al fin —se quejó Kayn con los brazos cruzados una vez notó la silueta de Jhin dirigiéndose hacia él. Entrecerró los ojos para verlo mejor y notó que guardaba su revólver en una funda, junto a otro pequeño objeto que escondió al interior de su extenso traje—. Pensé que te habías arrepentido.

—No, por supuesto que no —respondió Jhin—...lamento haberme hecho esperar —continuó, sincero, y se detuvo al llegar junto a Kayn.

Kayn hizo apenas una mueca, pero en ese momento, en ese preciso instante en que su visión era entorpecida a causa de la falta de iluminación, el resto de sus sentidos comenzaron a percibir mucho mejor y pronto pudo advertir el aroma del perfume recién rociado sobre la piel ajena, como una niebla envolviendo su nariz.

Muy suave, como el olor que desprendían los lirios que solía utilizar Jhin para adornar los muebles de su salón.

Y Shieda Kayn sintió que nunca más podría olvidar ese aroma.


Pasaron un par de segundos; con un resoplido Kayn fue el primero en salir, haciéndole una señal al otro para que lo siguiese. Y con ello, se encaminaron en aquella improvisada travesía. Durante la caminata, la brisa golpeteaba la piel descubierta del chico, mientras el aroma de la arboleda húmeda llegaba a su nariz... y ese perfume. Siempre ese perfume.

El viaje no era especialmente largo, pero en el silencio el tiempo parecía pasar más lento de lo normal. Kayn miró de reojo al otro; Jhin caminaba a su lado como una persona totalmente normal, ni siquiera parecía mostrar atisbo alguno de querer esconderse de las personas que transitaban alrededor. Y Kayn comprendió que en cualquier caso nadie lo reconocería como uno de los asesinos buscados de la zona. Después de todo, asesinos habían demasiados.

De hecho, era como si el mismo Shieda pareciera tener más ganas de querer ocultarse de las miradas inquisitivas a causa de la anormalidad sobre su brazo.



Luego de varios minutos, el camino de ambos terminó frente a un pequeño embarcadero en la orilla del lago de Thonx. Kayn divisó un pequeño bote sostenido sobre una estructura de madera y miró alrededor en busca del cuidador sólo para asegurarse de que no estuviera cerca. Luego de no encontrarlo por ningún sitio, le hizo señas Jhin para que lo siguiese.

Matices de Rojo | Jhin x KaynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora