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El otoño había llegado y las celebraciones de final de mes comenzaban a hacer sus preparativos. El viento soplaba descuidadamente las hojas de los árboles y en los alrededores del templo la temperatura se había tornado mucho más fría que de costumbre. Kayn tenía un poco más de tiempo libre y de vez en cuando hallaba la manera de escabullirse hacia los distritos comerciales de la ciudad, a veces para disfrutar de una brocheta de grosellas caramelizadas en el puesto de una anciana, y en una que otra de sus salidas lograba cruzar su camino con cierta persona. Ese fue el inicio de sus eventuales visitas a la sala de vestuario de aquel pianista.

Con ello, sin saberlo realmente, Kayn comenzó a pasar más tiempo en ese lugar del que había planeado desde un inicio. En primera instancia, Shieda se había convencido que sólo se aparecería por allí para saber si el enmascarado planeaba hacer algo problemático y así poder intervenir antes de que fuese demasiado tarde. Supuso que Jhin ya estaba consciente de sus intenciones, pero por alguna razón lucía como si no le importara. A Kayn le parecía curioso aquello, pero prefirió hacer caso omiso.

De todos modos, nunca se lo mencionó a Zed.

Su maestro le había dicho expresamente que no se involucrara en ese asunto. Aún no era momento de decírselo... Sólo esperaría hasta que éste pidiese de su ayuda... Sólo eso y nada más.

Y así pasaron varias semanas.

Cada cierto tiempo, Jhin presentaba una nueva obra en el teatro donde permanecía oculto tras el telón. Probablemente nadie sabía que secretamente controlaba aquel lugar además de Kayn, mientras que Zed continuaba en su incansable búsqueda de Shen, como si un ciego intentara abrir los ojos para poder ver.

Kayn no lo comprendía. ¿Por qué Shen? ¿Por qué era tan necesaria su ayuda? Si sólo... si tan sólo Zed se lo pidiera... Kayn no dudaría en renunciar a la pequeña complicidad que había creado con ese loco enmascarado y le diría exactamente dónde podía encontrarlo.

Después de todo, "lealtad" era algo que Kayn sólo le debía a Zed.



—¿Otra de tus ideas retorcidas para un guión? —se acercó Kayn en un curioso ademán mientras Jhin escribía sobre una hoja de papel en su escritorio esa tarde—. ¿A quién piensas matar hoy?

Jhin giró el bolígrafo sobre su dedo índice y anular hasta que éste cayó sobre la superficie del escritorio con un ligero tic.

—Sólo escribo un par de ideas que tengo en mente —Jhin dijo y miró en un corto lapso al otro—. ¿Te preocupa lo que pueda o no pueda hacer? —Kayn alzó una ceja ante tal interrogante y Jhin reprimió una risilla frente a la falta respuesta—. Conmovedor.

—No me preocupa —respondió finalmente Kayn, rascándose la nuca—. Pero hay alguien a quien sí. No creas que permitiré que vayas por allí asesinando a quien se te cruce.

—Bueno, pequeño vigilante... —respondió Jhin, volviendo a escribir sobre la hoja de papel—. Creí haber mencionado que no hay una obra planeada para hoy.

Kayn frunció el entrecejo. Bien sabía que Jhin no necesitaba de una obra para asesinar a cualquier pobre alma que tuviese la mala suerte de aparecerse en su camino, o para "crear una nueva representación de su arte"... o como sea que él quisiera llamarle a lo que hacía. Largó un resoplido. No tenía razones para confiar en lo que él le decía, pero tampoco tenía intenciones de perseguir cada movimiento suyo. Con Jhin medianamente controlado, ya no quedaba nada por hacer en ese lugar.

—Estaré pendiente de ti —dijo Kayn, ya restándole importancia al asunto.

Jhin depositó nuevamente el bolígrafo sobre su escritorio, en silencio, y pronto escuchó el sonido de la puerta del vestidor cerrarse, junto al tenue ruido de pasos alejándose en el corredor.

Matices de Rojo | Jhin x KaynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora