Escamas en el Sol II

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En su juventud Rhaenys jamás se sintió atraída por la idea del matrimonio y los hijos, aunque entendía el valor de la familia no se imaginaba el lazo tan fuerte que podría llegar a tener con su prole, los sentimientos tan fuertes que desarrolló de un instante a otro por cada uno de sus hijos desde el momento en que supo de ellos, ese amor profundo que a veces la hacia temerosa, el temor de que alguien pudiera dañarlos solía quitarle el sueño de vez en cuando, durante años repitió en pesadillas el rapto de la pequeña Valyria por Melisandre, algo que la hacia despertarse al borde de las lagrimas y sin aliento.

Quizás el crecer sin su madre la habia hecho más sensible a la situación de Daenys, quién para ella era su hija mayor, su dulce y apacible niña de cabellos plateados, la veía bailar, siendo tan feliz como jamás vió a su madre Daenerys, tratando en cada momento de que la niña no sintiera ningún vacio, el amor de la reina hacia la muchacha era tan fuerte como él que sentía por sus hijos de sangre, correspondido con respeto y obediencia, la princesa platinada era incapaz de siquiera llevarle la contraria a la reina y aceptaba cualquier sugerencia como si de una orden se tratase.

Sus dragones gemelos le habian enseñado mucho, diferentes entre sí pero igual de enérgicos, dándole mucho más trabajo que sus hermanos mayores, influyendo en la decisión de no tener más hijos, revolucionando un castillo acostumbrado a la tranquilidad, puesto que antes de ellos estaba Rhaelia, la princesa que había nacido con una edad mental de adulta y que había madurado más con el pasar del tiempo, tan seria y fuerte que hacia a Rhaenys dudar, era una mujer mentalmente ¿eso era malo o bueno? Habia visto a su hija persuadir a todos a su alrrededor, a sus hermanos, a su padre e incluso intentarlo con ella, pero Rhaenys no solo llevaba un sol, también era parte víbora  en su interior y podía ver perfectamente las manipulaciones de su hija.

Rhaelia era tan dura como el norte y tan fiera como el sol cuando queria algo, no solía oír las negativas, era capaz de idear planes, también de desobedecer, pero no sabia que tan lejos quería llegar, por eso la reina era prevenida, no la dejaría hacer lo que se le antojara, no era esa clase de madre, en verdad quería lo mejor para ella, no quería que aprendiera por las malas lo duro que puede ser el mundo si no que valorara la paz, ni que se equivocara como Rhaenys en su juventud.

Para la reina todos sus hijos merecían lo mejor, por ello nunca había sido capaz de hablar sobre Gerold Dayne, a veces sus recuerdos de él parecían más como fantasías o sueños, como si dudara que eso en verdad sucedió, hasta que veía a Aegar, el vivo retrato de su amante de juventud, el príncipe había heredado tantos rasgos físicos de estrella oscura por lo que era absolutamente obvio el parentesco, por suerte Gerold aparentaba tener sangre de la vieja valyria, el cabello del muchacho se veía ligeramente más oscuro que el de su madre pero muy parecido, al igual que sus ojos, que no tenían la fiereza de su padre... aún.

Cuando la reina veía a Aegar veía a un dragón, su precioso hijo había copiado cada actitud, valor y gesto de su padre adoptivo por suerte, eso lo hacía mucho mejor persona de lo que fue su verdadero padre años atrás, a veces Rhaenys sentía que el estómago se le revolvía queriendo escupir la verdad, pero no se atrevía a romper el vínculo padre e hijo que con amor habian formado el rey y el príncipe, no habia necesidad alguna porque Gerold estaba muerto, ni razón quitarle un gran padre a su hijo para darle uno muerto, no le parecía justo, no importaba que Aegar fuera idéntico a su difunta estrella oscura, los reinos  ya no recordaban el rostro del caballero, los pocos que lo hacían y aún vivían no se atreverían a hablar  en contra de la reina, además eran los mismos quienes preferían al príncipe como heredero ¿Por que no lo harían? No solo era fuerte como Rhaelia, amable como Daenys, era noble y buen guerrero como el rey y la reina.

Todo eso hacia que se formara un hueco en el corazón de Rhaenys cuando pensaba en la sucesión, no sólo debía casar  a sus hijos y compartirlos con otras familias, también el reino le exigía una parte de ellos, algo que ella desearía nunca darles, desearía que fueran libres de responsabilidades y ataduras como ella nunca lo fue.

La Reina DoradaWhere stories live. Discover now