Rhaenys hacía mucho no sentía tantas dudas como ese día, el invierno se sentía peor, se sentó a recordar la primera vez que vió la nieve llegar a la capital, ¿Aún estaba con Gerold a su lado? no poseía la corona, sus miedos eran callados por su sed de venganza y de conquista, no estaba cerca de querer ser madre en ese entonces, probablemente porque nunca lo estuvo, pero de golpe tuvo una niña huérfana llorando por atención y un vientre aboltado que le recordaba a su difunto amor, que gratificante le había resultado la maternidad inesperada, que felicidad le inspiraba la fuerte risa de Aegar o los enojos constantes de Daenys, entonces ni ella misma entendía porque no se sentía feliz con la nueva noticia, porque había un extraño sin sabor en su garganta cuando el maestre le confirmó sus sospechas.
Era la reina, por años los Targaryen quisieron tener siempre tres cabezas de dragón, ahora las tendría, antes era el deber de las reinas parir cuantos hijos fuera necesario, una idea que en su adolescencia a ella le molestaba, pero estaba en otra etapa, era otra Rhaenys, una que apenas iba a dejar de amamantar a su hijo menor, entonces suspiró, tendría que empezar de nuevo, delegar, obligar a Jon a asumir su rol de Rey a cabalidad, Aegon se corrigió a si misma, él se sentiría bien, amaba ser padre, amaba a los niños sin distinción alguna y parecía estarse adaptando a la capital gracias a ellos, dejaba a un lado su melancolia cuando estaban los cuatro a solas, él era un buen rey, entonces ¿Qué molestaba a Rhaenys?
Era lo que debía pasar, la posición de las reinas siempre se reafirma con los hijos, aunque tenía dos tarde o temprano debía tener uno del rey, lo supo desde que empezó a contemplar la idea de la consumación, aunque no se espero que sucediera tan rápido, pensó que habrían varios años de por medio entre Aegar y su próximo hijo.
¿Sería la vida muy diferente con otro niño? No, probablemente no, podría defender a sus tres crías de dragón de la corte y de los daños que quisieran hacerles sin problema, tenia siete reinos en paz, ejércitos y dragones, ciertamente no era un mal momento aunque seguía siendo invierno, entonces ¿Por que no se sentía cómoda con la idea de un nuevo embarazo? ¿Por que sus ojos se humedecían derrepente?
Lo supo cuando Daenys cayó al suelo cerca de ella y se levantó apresuradamente sin llorar con el rostro sonrojado, vio claramente a Daenerys en cada gesto, en cada rizo de la pequeña, casi tan fácil como veía a Gerold en Aegar, el niño imitaba a su padre adoptivo pero sus pómulos denotaban la belleza irreal de estrella oscura, entonces Rhaenys tocó su vientre asimilando su culpa, se sentía culpable de no rendir más pleitecía a los muertos, sentía que traicionaba a su difunta tía y al caballero que más la amó.
Esperaba que su hermano no se sintiera igual con la noticia, los malestares del embarazo la hacían sentir incomoda, sensible, iracunda, quería hablarlo con él, saber si también se sentía culpable de hacerlo eso a Daenerys, de seguir con una nueva familia, pero no lo hizo porque de lo contrario ella podría hacerlo sentir mal, podría despertar en él la culpa que a ella no la dejaba dormir, Marya era una buena confidente, pero la cercanía y el tiempo hicieron que viera a Rhaenys como a una pequeña en vez de como una reina, la regañaría, la invitaría a olvidar el pasado y a seguir adelante, no era eso tampoco algo que quisiera escuchar, la melancolía la invadía.
El rey por su parte se encontraba en las caballerizas con Ghost, como no estaban en el Norte la vida del huargo se había vuelto menos salvaje, aunque el invierno hacia que fuera más fácil que para los dragones, Rhaenys dejó a los guardias atrás, quería hablar a solas con su esposo, así que fue ordenando a todos que los dejaran solos en el camino, el rey estaba cerca paseando con el inmenso animal.
-Mi reina -Saludó sonriendo.
-Mi rey -Respondió Rhaenys en un susurro- Ghost.
-Está acostumbrado a estar conmigo, creo que pronto podrá estar más confiado sólo en la fortaleza.
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La Reina Dorada
FanfictionContinuación del Dragón del Sol. "El rey era callado, fuerte, frío como las tierras que lo vieron crecer, pero justo y honorable, la reina... tan cálida como las arenas de Dorne, peligrosa como el fuego que salía de su cuerpo, ardiente como los rayo...