46. Supervivientes

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Cuando los pequeños zapatos alcanzaron los últimos escalones y la pequeña manita se soltó finalmente de la barandilla, el pequeño incubo estaba completamente pálido, demudado.

Algunas voces se escuchaban en el salón principal, algunas distendidas conversaciones, algunas risas y nadie parecía haber reparado en el horror que se había estado viviendo en la planta subterránea de la casa.

La respiración del pequeño entraba y salía sonoramente de su boca mientras daba torpes pasos por el pasillo hasta quedar de pie bajo el arco del salón principal.

Algunos de los íncubos servían la cena mientras que algunas de las súcubos ignoraban su presencia y se dedicaban a alardear entre ellas de tales o cuales hazañas, algunas emocionadas por el cambio de estación, otras hablando de cosas banales o compartiendo anécdotas pasadas.

Algunos niños y niñas permanecían sentados a la mesa cerca unos de otros y reían, y jugaban con la comida mientras alguna súcubo algo más madura permanecía sentada junto a ellos.

Pero el niño apenas podía moverse mientras buscaba con la mirada a su madre con el pantalón aún húmedo por la orina y el temblor sacudiendo su pequeño cuerpo cuyos ojos seguían completamente abiertos y húmedos, y pequeñas manchitas de sangre marcaban su bello rostro y su ropa.

Fue una mano la que de pronto se cerro sobre su brazo y le arrancó del umbral de la puerta llevándole al pasillo.

Y en cuanto el pequeño vio a la hermosa mujer que tenía frente a él vestida con un precioso y largo vestido negro se lanzó a sus piernas para abrazarse a ella con fuerza.

La mujer lo permitió por unos segundos desconcertada ante el efusivo gesto y después le separo y se agachó para comprobar que estuviese bien.

—¿Dónde has estado? —quiso saber ella en cuanto reparo en su aterrorizada imagen y en aquel temblor suyo.

El niño que tan solo trago con fuerza trato de volver la cabeza hacia la cocina pero la mujer le tomo del rostro con preocupación.

—¡Jackson, solo dime donde has estado! —dijo ella aún más exigente.

Temblando el niño tan solo levantó el dedito hacia la cocina a lo lejos, y en cuanto Sienna dirigió su mirada hacia allí y vislumbró la puerta abierta a lo lejos, la expresión de su cara cambió.

—¡Dime que no has bajado ahí abajo! —se mostró de lo más furiosa ella sacudiéndole ligeramente por el brazo mientras miraba a su alrededor viendo a las otras súcubos reír y charlar en el salón mientras una de ellas veía al viejo incubo que había pateado en la cocina levantar a duras penas una bandeja llena de deliciosa comida a punto de servirla y le atravesaba el pie para hacerle caer haciendo reír al resto de la mesa mientras con una vanidosa sonrisa alentaba los comentarios mordaces e hirientes dirigidas al siervo—. ¿Por qué lo has hecho? ¿por qué has bajado ahí?

El niño ni siquiera pudo darle una respuesta a ello, no lo sabía.

Su curiosidad le había llevado hasta allí, y sin saberlo había terminado metido en la boca del lobo.

—¡Os hemos dicho mil veces que no os acercaseis a esa puerta, os lo hemos dicho! —le recriminó la mujer tomándole de ambos brazos para sacudirle un poco—. ¿Te ha visto alguien? ¿te ha visto alguna de las tías?

El niño más aterrorizado aún al recordar lo que había presenciado, y en lo que Malika le había obligado a participar sosteniendo una pequeña hoja entre sus deditos intentó cruzar las piernas para no volver a hacerse pis encima pero no lo pudo remediar y Sienna supo que si le habían visto.

La NigromanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora