Sondra Drysdale despreciaba a los humanos.
Les encontraba lo bastante repugnantes, despreciables y predecibles como para distinguirlos a unos de otros, y además solía considerarlos solamente dos cosas. Ganado inútil y una fuente confiable de ingresos.
Y aunque alguna vez en el pasado quiso pensar en ellos de un modo distinto, la experiencia le demostró una y otra vez que eran seres tan desalmados y tan capaces de ser crueles como lo eran el resto de ellos.
Puros sacos de carne llenos de lujuria, insatisfacción y deseos ocultos, capaces de ejecutar la depravación más absoluta si se les brindaba la oportunidad.
Una absoluta perdida de tiempo, y ninguna excepción.
¿Para que engañarse?
Les odiaba a todos.
Los despreciaba en lo más profundo de su ser y detestaba la idea de tener que relacionarse directamente con ellos. Esa era una de las principales razones por las que casi nunca pisaba la parte superior del club.
Por eso y porque no confiaba en que pudiese controlar sus más viscerales instintos con ellos, especialmente con lo poco que se alimentaba últimamente.
Y no, no se trataba de ningún acto caritativo o se debía a su buena voluntad.
Simplemente, le costaba encontrar a alguien de quien saciarse de verdad y que consiguiese llenar ese acuciante vacío que sentía.
Mientras se llevaba la copa de negro elixir de ónix a los labios y el negro liquido se deslizaba intenso y amargo por su garganta Sondra se permitió observarse en el dorado y enorme espejo situado en una de las negras paredes del espacio reservado a los nigromantes poco sorprendida de la exquisita pero indescifrable imagen que le devolvía el reflectante cristal.
Por detrás de ella vio a dos de las nigromantes del club charlar mientras terminaban de vestirse para empezar su noche arriba, y a uno de los chicos llevarse la mano al cuello haciendo que su cabeza se moviese de lado a lado por el cargante estrés del lugar, muy posiblemente terminando su turno.
La primera planta subterránea situada en el entresuelo del Necromancy albergaba tres áreas diferenciadas, las galerías y el despacho de Vex junto a la pequeña sala de seguridad en el club, la zona de los camerinos y vestuarios, espacios reservados tan solo a los nigromantes y Las Vitrinas principales. La negra, la roja y la azul.
Las otras dos plantas por debajo de estas y que conectaban directamente con las cloacas estaban destinados a los seres menos humanos y a aquellas perversiones que la gente que visitaba la parte alta del club ni se imaginaría.
Casi cualquier cosa podría encontrarse allí aunque Vex tenía solo dos reglas fijas. Nada de niños, y nada de animales tampoco.
No por piedad o escrúpulos, era una cuestión más bien práctica.
Los niños lloraban, se resistían y a menudo necesitaban atenciones y cuidados después de someterles a ese tipo de cosas, y los animales lo ensuciaban todo y además duraban poco por lo que debía reemplazarles constantemente así que dejo de emplear a ambos al poco tiempo de abrir el club y hacer de ello una norma.
Se sintió decepcionado e insatisfecho por esa parte hasta que encontró a Imara Hessa.
Imara era una dísir, una valkiria caída en desgracia al ser considerada una abominación para las suyas, una guerrera con el don de la ilusión, capaz de crear auténticos paraísos capaces de emular los sueños más fantasiosos y placenteros o hacerte descender a los más abominables y atroces Infiernos con solo emplear sus dones en ti.
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La Nigromante
FantasyEn una ciudad llena de sombras, lujuria y depravación y huyendo de un pasado del que nada quiere recordar, Sondra Drysdale permanece atrapada en un sórdido mundo en el que ha aprendido a moverse como pez en el agua y a cuyas reglas ha de adaptarse p...