El día era algo caluroso, aún así una brisa fresca que entraba por la ventana hacía mover mi cabello teñido de rosado pastel. Me encontraba atando una linda y pequeña bolsa de regalo, con una sonrisa en mi rostro.
-¡Rachel, ven a desayunar! .- Gritó mi padre desde el comedor de la casa.
-¡Ya voy, papi! .- Rápidamente guardé la bolsa dentro de mi mochila, antes de salir de mi habitación para ir con mi padre.
Al llegar con él, lo ayudé a colocar la mesa, para así poder desayunar juntos. Pasaron unos minutos donde comimos en un cómodo silencio, estaba muy nerviosa como para poder hablar. Así fue hasta que papá volvió a verme, notando mi pequeña crisis mental.
-¿Qué sucede, hija? .- Me preguntó preocupado.
-Es que... hoy voy a declararme al chico que me gusta y... estoy insegura.- Había una pizca de duda en mi voz, por eso no miré a mi padre en ningún momento, no quería que él se preocupara, menos por una estupidez como ésta.
-No te preocupes, eres una joven amable, sólo recuerda no explotar si su respuesta no es la que quieres.- Yo sólo solté un suspiro pesado al escuchar lo último.
Mi verdadera personalidad no es muy... amable que digamos, como dijo papá, solía "explotar" cuando las cosas no salían como yo quería o alguien no me agradaba. Pero prefiero fingir ser una joven amigable frente a todos, para poder llevar una vida social normal.
-Sí papá, ya sé controlarme.- Él no estaba completamente seguro de esto, por esa razón me miró por unos segundos, hasta que se rindió.
Terminamos la poca comida que nos quedaba tranquilamente, antes de comenzar a recoger los trastes.
-Está bien, sólo recuerda sonreír, querida.- Dijo mientras yo lo ayudaba nuevamente con sus tareas, ya era algo cotidiano de todos modos, tampoco quería dejarle todo a él, era suficiente con su trabajo y ser padre soltero.
-Sí papi, ya me voy.- Besé su mejilla, teniendo que pararme de puntillas, porque no, no me heredó su altura. Y me fui de la cocina para lavar mis dientes y recoger las cosas necesarias antes de salir de la casa.
Comencé a caminar al colegio, ahora la mañana era fresca, lo que me encantaba, el hermoso ambiente de invierno era algo que amaba, eso siempre me ayudaba a relajarme, además que usar ropa abrigada y grande era una de mis pasiones
Llegué a un amplio edificio, donde había estudiado por muchos años. Mientras caminaba a la entrada buscaba en el patio frontal a una persona en específico, a quien encontré minutos después. Un chico alto, de cabello teñido de gris muy oscuro, que yacía hablando con una chica. Me dirigí rápidamente hacia ellos, con una sonrisa boba en mi rostro, sacando la linda bolsa de mi mochila.
-Hola, Dante.- Saludé amablemente, sintiendo calor en mis mejillas.
El chico me miró sin ninguna emoción en su rostro, lo cual intenté ignorar para no bajarme el ánimo. Rápidamente le extendí el pequeño regalo que ya le había preparado antes de venir
-Yo... te hice galletas...
-Sé lo que intentas hacer, no me gustas.- Mi rostro cambió repentinamente. Sentí un fuerte dolor en mi pecho.
-¿Qué?...- Estaba confundida, no creía que realmente escucharía esa respuesta.
-Que no me gustas, ¿estás sorda acaso? .- La otra chica comenzó a reír, atrayendo las miradas de algunas personas.
Sentí un fuerte impulso, quería golpear a ambos, pero me contuve, decidí ser absorbida por la impotencia. Mis ojos se cristalizaron, por lo que antes de comenzar a llorar corrí, corrí lo más rápido que pude, alejándome del lugar, no sin antes ver la cara de asco de aquel chico que me gustaba hace tanto tiempo.