I.
Aya lleva días sin dormir, le llenan la mente miles de raíces, hojas y sus células por dentro creciendo, multiplicándose, de forma infinita, creciendo casi hasta alcanzar el Sol. Se piensa pensándose y se enreda en un floema y un xilema, unos tubos dentro de un árbol gigante, quizás el árbol del tule, aunque aún no lo conoce, subiendo y bajando agua, como si se tratara de un pozo. Se mira a sí misma desde el techo y se ve recostada, girando, aplastando a Jenny en momentos, destapando sus pies que rápidamente se enfrían y los vuelve a meter en las cobijas. ¿Las plantas sienten frío? Siente el inicio de la lluvia, la escucha venir como un murmullo hasta que el frío le inunda de fuera hacia dentro. Llueve dentro de su cuarto, moja la cama, hace a Jenny cubrirse entre las cobijas.
Entonces ocurre lo que lleva meses deseando, su vientre se llena de tanta lluvia, de tanta humedad, que las raíces comienzan a crecer, tapándola del frío en el pecho, cubriéndola del sol, y haciéndola crecer hacia el sol, a convertirse en madera, a protegerla de la lluvia. Suena un trueno, pero es un trueno diferente, uno más agudo, más repetitivo y va aumentando el volumen.
Aya abre los ojos. En la luz azul de la madrugada, Jenny parece una loba, recargada en sus piernas, enredada en las cobijas. Son las 6 de la mañana, su cuerpo está seco, las semillas no crecen en su pecho.
El departamento de Aya es verde, no por las paredes, sino por la cantidad de plantas que llenan cada rincón y que comparten vivienda con ella y con Jenny. Aya se levanta, descalza, en el piso de madera hinchado por la cantidad de humedad que se genera por los riegos constantes y diferentes de cada planta. Sentada en la taza del baño se pregunta por la ironía de tener plantas vivas, o en constante crecimiento, y piensa en la madera en sus pies, con sus miles de líneas contando historias del bosque. ¿Cuándo pararon sus voces?
Al lavarse las manos la mira la otra Aya desde el espejo, con su mirada violeta, como agujeros, con el cabello revoltoso, se hace un chongo, y se cepilla los dientes. Pone el café, prepara plantas con pimienta, comino y un poco de sal, se sirve la comida y se sienta a mirar el movimiento de las hojas de los árboles por fuera de la ventana. Jenny corre detrás de ella, y le recuerda que también tiene hambre. Así transcurre el día de Aya, mirando por la ventana, tomando notas, leyendo alguno que otro texto, pero más que cualquier cosa mira por la ventana, y espera el tiempo preciso para aplicar el riego a sus 5 helechos que están en una esquina lejos de la venta, pero cerca del tragaluz, las 7 orquídeas que cuelgan de su ventana, su comunidad de enredaderas que hacen desaparecer los bordes de los muros y los techos, que ya son grises, de tantas capas caídas por la humedad. Hay también algunas palmeras que hace falta regar, y muy cerca de la ventana sobre repisas a diferentes alturas hay unos 30 cactus diferentes, que procura no regar seguido, junto con las suculentas que crecen de manera endemoniada, y que Aya casi jura que escucha cómo crecen hojas de las hojas, y raíces de las raíces.
¿Cómo sería tener un fragmento de orquídea en su cuerpo? ¿Cómo sería por ejemplo tener una vagina de flor, con pistilo y todo, deviniendo insecto? Y luego al ser insecto desaparecer entre las capas de paredes.
Cuando dan las 6 de la tarde decide ir en bicicleta hasta su laboratorio, pero esta lluvioso afuera, y parece que será difícil volver a casa. Regresa y carga a Jenny en la canasta, hoy dormirán en el laboratorio.
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Simbionte
FanfictionAya es una científica estudiando los efectos de células vegetales y sus adaptaciones al cuerpo humano, en específico al suyo. Se cruza con un simbionte ya conocido, un vampiro. No se aceptan adaptaciones sin mi permiso.