VIII.
Despertó a eso de las 5 de la mañana con un frío que se le metía hasta las encías, se levantó y fue por 2 cobijas más y re acomodó a su compañera Jenny, su pelo estaba ya entre todas las cobijas, las sábanas, y el piso, así como su ropa. Si Jenny fuera un vegetal, seguro la simbiosis ya se habría establecido hace meses.
Miró sus muñecas sin cicatrizar, y recordó los ríos de sangre, ríos de células, ríos de tejido que no es meristématico y que jamás se uniría al tejido de la planta. Pronto volvería a intentarlo, pero de alguna otra manera, quizás menos drástica. Las raíces además nunca sobrevivirían a su temperatura corporal, se quemarían. Pero valía la pena intentarlo. Se levantó sin muchas ganas y se empezó a preparar para salir al laboratorio. Miró por la ventana, afuera se veía un frío intenso, no había gente aún, pero corría el aire y se veían pequeñísimas gotas de lluvia por los reflejos de las lámparas de la calle.
Pasaron los días sin mayores eventos, los días se hacían grises, llovían y anochecían, semana tras semana. Jenny engordó un poco por la falta de ejercicio pero es que se mojaba las patas cada que salían a pasear, y cuando empezó a estornudar los paseos terminaron.
Eduardo y Aya tomaban café casi dos veces por semana, después de las sesiones larguísimas de laboratorio y sólo miraban los huecos en la mirada de cada uno. La barista empezó una apuesta con el cajero sobre su enamoramiento, pero después de ver que ni siquiera hablaban perdieron el interés. Eduardo no sabía qué decir después de lo de la muerte, se le habían acabado todas las líneas posibles, y Aya simplemente no estaba interesada en hablar, pero se sentía cómoda.
La última semana Aya empezó a llevar al café su bitácora y dibujar y apuntar lo que traía en mente aprovechando la tranquilidad de la mirada hueca de Eduardo. Él la miraba escribir inexpresivo, quizás él debería llevar su bitácora también.
- ¿Quieres ir a mi casa después de terminar en el laboratorio?
- La verdad no. – Aya no quería ni pensar en la casa de Eduardo, seguro sería húmeda y blanquecina como él. -Mejor vamos a la mía, Jenny está sola y no me gusta dejarla muchas horas.
Cuando entraron al departamento de Aya, Jenny no se acercó corriendo como siempre, sino que quedó gruñendo detrás de una columna de la cocina. Aya no le dio importancia, pasó y la saludó sacudiéndola y ella poco a poco regresó a la confianza habitual.
- ¿Café?
- Por favor.
Eduardo caminó por el departamento con calma, mirando con detalle cada planta, hasta toparse con el escritorio a lado de la ventana favorita de Aya.
- ¿Puedo husmear?
- Claro, pero con cuidado.
Eduardo revisó la bitácora y encontró las investigaciones de simbiontes de Aya, sus dibujos de división celular, y los apuntes de intentos por lograr la simbiosis.
- Tú... ¿creerías en simbiosis de humanos con otros organismos?
- Claro. Si no no perdería mi tiempo.
- Me refiero a otros organismos no vegetales... digamos ¿arañas?
- ¿Como el de los cómics?
Aya se acercó al librero y le pasó una vieja historieta de Spiderman.
- Este es de hace más de 100 años, pero me encanta.
Eduardo miró el cómic con interés. De pronto se recordó a sí mismo en las tiendas de cómics, buscando nuevas historias. Este mismo ejemplar lo tuvo en sus manos hace más de 100 años, cuando recién había salido, y bueno no era su favorito, pero si le traía muchos recuerdos.
- Recuerdo este. El día que salió a la venta yo era el tercero en la fila.
Aya lo miró extrañada.
- ¿En el 2016?
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Simbionte
FanfictionAya es una científica estudiando los efectos de células vegetales y sus adaptaciones al cuerpo humano, en específico al suyo. Se cruza con un simbionte ya conocido, un vampiro. No se aceptan adaptaciones sin mi permiso.