IX. Cofia

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IX

En medio de una de las sesiones de laboratorio de división celular Aya sintió la urgencia de poner a salvo sus antebrazos de la luz y del calor. Sin aviso salió corriendo del laboratorio hasta el bosque y empezó a cavar dos grandes hoyos en donde sepultó sus antebrazos hasta que sintió alivio.

- ¿Estás bien?

Aya volteó para encontrarse con la silueta blanquecina de Eduardo que traía un café medio tirado en su ropa, y en su bata blanca.

- No lo sé. Pienso que de pronto ha empezado a funcionar la simbiosis. O ya me volví loca. Cualquiera de las 2 tiene sentido.

Aya sacó lentamente el antebrazo izquierdo, que era el que había cortado de manera más profunda. La cicatrización no había tenido ninguna complicación ni infección, pero se veía hinchada, incluso un poco blanquecina en los bordes.

- Eduardo ven, acércate. Trae una lupa o una luz algo para ver mejor, aquí te espero.

Eduardo fue corriendo hasta el laboratorio y sacó algunas herramientas. Al llegar dejó todo muy salvajemente en la tierra. Aya se sintió horrorizar, pero dio unos respiros y se calmó. Eduardo tomó un cotonete y extrajo una pequeña cantidad de tejido del antebrazo de Aya y lo puso en un pedacito de vidrio cuadrado, que después aplastó con otro. Luego acercó una lupa a lo blanquecino. Se encontró con un tejido plenamente cicatrizado y unos diminutos pelitos. Como flagelos celulares, pensó, tratando de no olvidar su propia investigación.

- Pues... no se ven humanos.

Aya sonrió de oreja a oreja, casi como una loca.

- A ver.

Aya acercó la lupa. Diminutos pelitos, como tejido de raíz. Hecho un poco del café de Eduardo en la tierra suelta y se hizo una gruesa capa de tierra. Se enrolló unas bolsas de plástico con las que envolvía sus libros y traía de suerte dentro de sus bolsillos.

- Vamos, tráete esas muestras.

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