IV. Apoptosis

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IV

Aya pide un café late y un panqué de limón, pide lo mismo, en la misma cafetería desde que entró a la universidad. Se queda absorta mirando el café perdido en el agua. ¿Cómo podría hacer de su cuerpo un diluyente como el agua y perder las células vegetales en su propio tejido? Piensa de nuevo en un limón saliendo de su nuca, y el agua subiendo y bajando por su cuerpo como si ella misma fuera un tronco alto y grueso. Claro que no tiene sentido pensarlo así, si lo pensáramos de manera correcta, o mínimo basada en las similitudes de organismos, el limón brotaría de su vulva, pero resulta doloroso pensarlo así, así que mejor lo imagina saliendo de su nuca.

Eduardo queda mirando al vacío de la mirada de Aya, casi podría pensarse que se perdió en sus ojos, si alguien más los estuviera observando. Pero no, Eduardo sólo mira al vacío en los ojos negros de Aya porque cuando ella piensa y se pierde, sus ojos se vuelven dos agujeros negros, y encuentra relajante perderse en una mirada que no le hace preguntas.

-Nunca había pensado cómo morir. -dice Aya después de 3 minutos de silencio. Eduardo ya ni se acordaba que le había preguntado unos minutos antes cómo se sentía con el hecho de que algún día moriría. No sabe aún por qué lo preguntó. Supone que es la pregunta automática que se le ocurre cuando conoce a alguien nuevo. Ni siquiera quiere saber la respuesta.

¿Morir? Ella había preferido enfocarse en otras formas de vida, no en cómo terminaba la suya. Qué maneras tan cortas de pensar. Muerte y vida, que pereza de tipo, qué son este tipo de preguntas sobre la muerte.

Llevaba algunos años estudiando las células en las plantas, sin encontrar la respuesta que busca, pero si otras respuestas interesantes. Por ejemplo, le gustaba imaginar las células explotando antes que pasar información peligrosa o que remita a la muerte a sus mismas divisiones. No le dio la respuesta a la no-muerte, pero si a la muerte fragmentada, cómo evitar prolongarla...

Este era el único proceso de muerte que le gustaba imaginar, la apoptosis. Lo imaginaba no como muerte sino como cambio. De ser una célula protegida y completa se descomponía a partes simples, que después serían consumidas por otras células. Eso era la muerte para Aya, volverse abono, comida de cucaracha, tierra oscura y negra. Y entonces si que le gustaba pensar en la muerte, pero aún no. Aún le quedaba mucho por resolver en su cerebro orgánico y no-muerto.

Después de esa respuesta Eduardo ya no supo cómo seguir el hilo de la conversación, pero Aya no parecía super emocionada por continuar hablando. En cambio, se dedicaron a observar los vacíos que cada uno tenía en sus ojos, en sus cuencas, en sus expresiones faciales. Resultaba relajante, pensaba Aya, mirar a este tipo a los ojos. Está vacío, se dijo, imaginaba las células suicidándose dentro de sus ojos y parecía que eso era lo que justo pasaba dentro de su cuerpo. Terminaron su café y salieron a la lluvia sin paraguas.

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