Capítulo 10: Como el perro y el gato

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Después de cerrar las puertas del Castillo de las Gangas, Nix acabó reuniéndose nuevamente con su grupo

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Después de cerrar las puertas del Castillo de las Gangas, Nix acabó reuniéndose nuevamente con su grupo. Ahora que había entregado los planos del alcantarillado tenía más libertad para llevar a cabo los planes con su banda. A pesar de todo, el libro del Legado Villano se lo acabaron quedando ellos, puesto que les parecía demasiado interesante todavía para deshacerse de él y al igual que sus futuras clases con los diablillos, tenía mucho que aprender para lo que tenía planeado en un cercano futuro.

Nix no pensaba que la primera clase de Pena y Pánico fuese tan breve, ellos solo le pidieron que hiciera una cosa: Imaginar. Al principio pensó que le estaban tomando el pelo, como le iban a pedir hacer algo tan básico y lo más importante: ¿Qué tenía que ver con transformarse en dragón? Se reunió con sus colegas todavía pensando en lo que ambos diablillos le habían pedido que hiciera. Algo escéptica.

Una vez juntos, discutieron sobre a dónde querían ir a tomar algo, acordaron que tenían que pasar por la taberna  de Clayton, lugar donde trabajaban dos buenos colegas que hacía días que no veían, concretamente desde la anterior fiesta. 

Anduvieron por las calles del Sur, pasando por delante de la tienda que más clientes atraía, Armamento Ratcliffe, un pequeño almacén cargado hasta arriba de armas robadas y reutilizadas, que habían ido recolectando con el paso del tiempo y, por otro lado, su competencia, el Bazar Skellington, donde podías encontrar cualquier cosa que imagines, siempre y cuando estuviera relacionado mínimamente con la Navidad. Decidieron pasar de largo y terminaron entrando a la taberna, por aquellas puertas raídas del viejo oeste carcomidas por las termitas y, nada más entrar en aquel antro, se podían oír los gritos y berreos de sus compañeros desde la barra. Un joven gato musculoso se estaba enfadando progresivamente con un cliente nuevo, al parecer no conseguían llegar a un acuerdo y su tono grave se notaba cuando se violentaba un poco.

—¡¿Cómo qué no puedo pagar con billetes?! —soltó el cliente molesto y confuso, que por sus pintas parecía recién traído de Auradon por la Guardia Imperial— ¡Pero si en Auradon se pagaba así! ¡Son billetes reales! ¡No me jodas!

—¿No me has oído, subnormal? Aquí se pagan con anillas de plata no con papel de colorines —después de esto golpeó la mesa haciendo que los pequeños vasos saltarán de la fuerza—. Lo tomas o lo dejas, no me hagas perder el tiempo.

—¿Anillas de plata? ¿las de los refrescos...? —preguntó el cliente extrañado— ¡Pero si servís refrescos abiertos! ¡No tienen anillas!

—¡Já, já! Si te parece te regalamos el dinero, idiota —le espetó Paxicial comenzándose a enfadar de verdad—. Si quieres dinero ya puedes empezar a robar, o si eres más fino, sácalo del banco de Frollo.

—¿Y dónde está eso?

Un gruñido dejó desconcertado aquella pobre persona y, de un salto, un enorme lobo negro despeinado se alzó sobre sus dos enormes patas larguiruchas, arrugó su hocico color carne y le espetó un rugido pletórico de babas. Malas Pulgas, uno de los tantos hijos del Lobo feroz, se había cansado de aquel pesado hombre y terminó por asustarlo con su terrorífico aspecto.

Descendientes: Desquite en la Isla de los PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora