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Visita

...

Zeus no sabía cuánto tiempo llevaba ahí. En su celda, oculta bajo la enorme base de los cazadores de dragones, no había sol, no había luna, no había tiempo. Solo oscuridad. Y eso estaba destruyéndolo. Apenas podía moverse. Los cazadores lo mantenían encadenado las veinticuatro horas del día. Y las visitas de Eyra eran menos frecuentes, pero no culpaba a la chica. En las escasas ocasiones que se reunían había podido ver el dolor, la ira y el miedo con el que vivía el día a día. Y eso no hacía más que agrandar la culpa.

Eyra no se merecía eso.

Pero, ¿qué podía hacer él? Se encontraba prisionero, débil y exhausto. Había luchado los primeros años por permanecer fuerte y cuerdo, pero conforme pasaba el tiempo, había dejado de notar la diferencia entre estar dormido o despierto. Y cada vez le importaba menos. Para ese punto solo tenía un deseo; la libertad de Eyra.

Anhelaba que partiera y no volviera jamás a esa inmunda jaula. Que lo olvidara y viviera su vida. Una feliz, donde no tuviera que preocuparse por nada. Pero claro, eso no era más que una ilusión. Eyra siempre volvía.

Esa noche, si es que lo era, escuchó pasos en el pasillo, y cuando la pesada puerta crujió al ser abierta, la luz de una antorcha le dañó los ojos, sin embargo, pudo reconocer a la dueña, pero la alegría no acudió a él como siempre lo hacía.

¿Qué te pasó?

La voz de Zeus salió tan ronca que a Eyra le costó entender la pregunta.

Nada, solo me encontré con un niño.

Zeus inclinó la cabeza.

¿Un niño?

Sí, un niño.

Pero la respuesta no fue suficiente, Eyra estaba pálida y ojerosa, por no decir mojada debido a las constantes filtraciones de agua que había en aquel hoyo.

¿Quieres contarme?

<<No>> pensó Eyra, pero el recuerdo de la discusión con Aren cambió su opinión.

Lo atacaron, Zeus —confesó finalmente, tras un largo silencio —, lo atacaron .

El dragón la miro.

¿Humanos?

Ojalá —la imagen del muchacho le estrujó el estómago —. Dragones.

El tono usado, alertó a Zeus, quien no pudo evitar pensar que si los cazadores se daban cuenta de su estado, fácilmente podrían ponerla en su contra. Y eso era lo último que quería. Si Eyra tomaba la decisión de abandonarlo tenía que ser por voluntad propia y sin temer u odiar a los demás dragones.

¿Crees que...?

¡No! —lo cortó —. Claro que no.

Entonces, ¿qué te preocupa?

Eyra se mordió el labio.

Su miedo —lo miró a los ojos —. Mientras lo atendía lo vi. Creyó que yo era un dragón. Creyó que iba a matarlo.

Zeus se sintió mal. Aun en ese horrible lugar, Eyra seguía preocupándose por los demás.

Lo lamento.

¿Por qué? Tu no tienes la culpa.

Zeus lo sabía, pero no hablaba del accidente.

Además, eso no fue lo peor —añadió la chica.

SANGRE DE DRAGÓN | Hiccup HaddockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora