Día 12

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Tarde de películas.

‹‹Tú eres Padmé, y yo Anakin››

‹‹So open your eyes and see

The way our horizons meet

And all of the lights will lead

Into the night with me

And I know these scars will bleed

But both of our hearts believe

All of these stars will guide us home. ››

(All of the stars. Ed Sheeran)

24 de septiembre

Decido ser una buena ciudadana y una buena hermana menor, por lo que tomo la iniciativa, por mi querido hermano mayor, para limpiar lo que él llama habitación. Y como vivimos bajo un gobierno democrático e igualitario, no haré el trabajo sola, empezando porque no es mi espacio el que está cerca de parecer un terreno baldío en donde las personas decidieron lanzar cualquier cantidad de cosas.

¿Es cruel de mi parte, porque el señorito está enfermó? Es posible, pero no me importa. Sigo molesta con él, una molestia que surge desde la preocupación, lo que empeora la situación. Si solo fuese un poco más prudente...

Al menos hoy ya no tiene fiebre y comienza a recuperar la voz, y no tiene el semblante de un zombi. Aunque no lo quiera admitir, es un ‹‹hijo de papá››, siempre ha disfrutado ser atendido por Sebastian Vogel, en especial si está convaleciente, y papá pasó gran parte del día de ayer al pendiente de que mejorara. Al final Sam se dio una vuelta por la casa para comprobar que todo estaba bien y que no es más que una virosis pasajera.

—Luego dices que soy la consentida de papá —le susurré cuando papá acompañaba a Sam a la salida.

—Porque lo eres. Eres la consentida de la casa. Te habríamos llevado directo al hospital —replicó con su voz cascada por el virus. No había reproche en sus ojos, menos rojos que en la mañana, solo la verdad que viene de los hechos.

Luego de eso no dije nada más, porque llevaba demasiada razón en esa afirmación y no quería pensar en ello.

—¿Es esto necesario? —El lamento, poco sutil, de Joss me saca de mis cavilaciones. A estado así la última hora.

Podría reírme de su actitud sufrida sino me alarmara el futuro: ¿Qué pasará cuando viva solo? ¿Terminará ahogado en su propio desorden? ¿Habrá alguien a quien no le importe lo desordenado que es? ¿Comprenderá que no siempre puede dejar las cosas para hacerlas después? Ser atractivo y carismático no es suficiente.

—Joss, tienes veinte años, estudias Medicina, tienes todas tus funciones motoras funcionales... ¿Es muy difícil que limpies tu habitación una vez a la semana? —Enfatizo el argumento echando un montón de prendas en la cesta de ropa sucia —¿No te molesta vivir en la inmundicia?

Hace una mueca de indignación. Algunos rizos dorados le caen en la frente, cubriendo sus claras cejas. Ahora, vestido con una simple franela y pantalón de algodón, no parece el chico que arranca suspiros a su paso. Es el chico al que no le gusta limpiar su dormitorio.

—¡Qué exagerada! No vivo en la inmundicia, para eso se tengo a ti.

Elevo las cejas y lo observo con incredulidad.

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