Día 11

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Mi compañero está indispuesto.

‹‹¿Puedo acompañarte?››

‹‹I got a girl crush

Hate to admit it but

I got a heart rush

Ain't slowing down.

... I don't get no sleep

I don't get no peace

Thinking about her...››

(Girl crush. Harry Styles)

23 de septiembre

—¡Joss! ¡¿Se puede saber a qué hora piensas bajar?! —Exclamo, mientras aporreo la puerta de su habitación.

Son las siete y diez de la mañana, y nada de sus claros rizos por ningún lado. Siempre salimos a las siete, de esa forma llegamos con tiempo a la facultad. Ni siquiera lo he escuchado moverse por la habitación.

La respuesta llega en forma de quejido, una agonizante respuesta. Agarro el pomo y abro la puerta. Bueno, esto explica la falta de movimiento y el intento de respuesta que me acaba de dar: está por completo envuelto en sábanas, solo nariz y ojos son visibles en la luz que se derrama del pasillo a la penumbra de la habitación.

Entorno los ojos para enfocar mejor, pero es difícil cuando las gruesas cortinas de las ventanas no dejan pasar ni un resquicio del sol. Lo único seguro es que el lugar debe ser el desastre de siempre. Joss Vogel no conoce el orden. Busco el interruptor, palpando en la pared a mi izquierda; no pienso arriesgar mi integridad física al adentrarme sin suficiente luz para ver por dónde voy.

Lo escucho gruñir cuando enciendo la luz.

Sí, el mismo desastre de siempre. Arrugo la nariz. No entiendo cómo puede vivir así, es como entrar en una dimensión desconocida, en donde nada está donde debería.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué pareces un taco? —Inquiero, mientras me siento en el borde de la cama.

—No me siento bien, Bea... creo que...—una repentina tos seca le impide seguir. De hecho, no es su voz habitual y tiene los ojos inyectados en sangre— tengo algún tipo de virus —termina entre el acceso de tos.

Llevo el dorso de mi mano derecha a su frente. Sin duda tiene la temperatura elevada. Aprieto los labios en una línea fina, al tiempo que el reproche aparece en mis ojos. Empujo el dorso de la mano contra la frente, hundiendo su cabeza en la almohada; un quejido deja sus labios resecos.

—¡¿No te dije que te tomaras algo anoche?! —Mascullo.

—Lo siento.

Respiro hondo para no volver a hundirle la cabeza en la almohada. Tiene que sentirse muy mal para ni siquiera hacer el esfuerzo de salir de la cama. No es de los que falta a clases por nada.

—Es como convivir con un niño —espeto más para mí que para él. Le lanzo una mirada suspicaz —¿Esto tiene que ver con las escapadas que te has echado estos días?

Sus ojos son apenas ranuras en el rostro, pero eso no le impide parecer inocentemente confundido.

—¿De qué hablas? —Logra decir a pesar de su voz cascada.

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