Día 17

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Mi carcelera no me dejará ir hoy

‹‹I'm trying but I keep falling down

I cry out but nothing comes now

I'm giving my all

And I know peace will come

I never wanted to need someone.

Yeah, I wanted to play tough

Thought I could do all just on my own...››

(Helium. Sia)

29 de septiembre

No dejo de repetir la caída de su expresión, la tristeza en sus ojos café verdoso, y la forma en la que intentó seguir como si nada.

Había entrado sola al aula, porque Joss Rafael se había quedado afuera, hablando con Katherine. No sé si la chica se hace la tonta o realmente lo es, o Joss tiene razón y ella también obtiene algo de todo esto. Dije que no me metería más; si quiere estar con todas las compañeras de clase es su problema.

No sabía que estaba tensa hasta que solo descubrí a tres personas en el aula y ninguna era Salvador Luna, el alivio casi me tira al suelo. Pero como soy la diversión favorita de alguna deidad, apenas me había sentado y había sacado los auriculares para escuchar música, mis ojos encontraron aquellos café con motas verdes. La sangre sube a mis mejillas como una represa abierta a la inversa. Mi único pensamiento: El poema.

¿Qué debía hacer? ¿Querría una respuesta? ¡Casi no dormí en toda la noche pensando en eso! Estaba agotada.

Contra la ansiedad que burbujea por mi sistema, las comisuras de mis labios cobran vida cuando veo la franela que lleva hoy, una de Star Wars.

—¡Buen día, mi querida padawa!— Lo escucho decir a través de la música que sale de los auriculares que tengo en las orejas. Hay algo tan natural en su sonrisa, en su alegría que me hace sentir cómoda, cuando por lo general esas actitudes me hacen sentir más lejos de quienes me rodean, como esa solitaria ballena que surca los océanos con su melancólico sonido.

—Buen día, maestro jedi —quizás si actúo con normalidad, dentro de mi normalidad, no tenga que tratar con lo otro. Saco el auricular de la oreja derecha cuando se sienta en la silla vacía junto a mí.

Como un acto reflejo, un hormigueo viaja debajo de mi piel hasta caer en mi pecho como una moneda lanzada a un pozo oscuro cuando me llega su perfume y su calor. Aprieto los puños en mi regazo. Debo controlar esto. No puedo seguir...

—¿Qué escuchas? —No espera la respuesta, sino que estira una mano y agarra el auricular que cuelga por mi hombro, llevándolo hasta su oreja. Durante los segundos que le lleva identificar la música no respiro —¡Por Nirvana!—Exclama entre una aspiración.

Deja caer el auricular y abre los ojos como si acabase de escuchar un ritual satánico saliendo del dispositivo. Conozco esa expresión, de inmediato estoy a la defensiva. Entrecierro los ojos. Al menos esto es mejor que la estúpida tensión por tenerlo cerca.

—¿Qué?— Inquiero con una ceja arqueada en señal de advertencia.

—¿Te gusta ese tipo de... música? —la mueca al pronunciar la última palabra confirma mis sospechas. Mis labios se vuelven una línea fina y rígida.

Las emociones defensivas son mi especialidad, puedo manejarlas, esas no amenazan con derrumbar mis muros y dejar todo al descubierto.

—¿Algún problema?

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