Capítulo 2

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Emilio acercó el auricular a su oreja. Con mil libras más pagaría muchas de sus facturas... pero ¿y si su Majestad no salía de nuevo en veinticuatro horas? Perdería el avión y estaría atrapado allí hasta que pudiera hacer otros planes.

—No... —le dijo a Eddy—. Me voy de aquí.

Emilio colgó el teléfono y se dirigió hacia el restaurante para comer rápidamente, aunque ya era tarde. Caminó hasta recepción y buscó en el bolsillo de su pantalón la llave de su cuarto. Cuanto antes hiciera las maletas, más pronto saldría de allí. Cuando se volvió para tomar su cámara, se encontró frente a frente con el hombre que había ocupado sus pensamientos durante la semana anterior.

—Disculpe —dijo Joaquín rodeando a Emilio y dirigiéndose hacia el mostrador.

Emilio lo observó caminar con sus fáciles y gráciles movimientos. Tenía unas hermosas y largas piernas y un redondeado trasero. Vestía pantalones de esquiar, botas y una chamarra de piel con una capucha que ocultaba su singular cabello. Llevaba unos guantes negros en la mano.

¿Qué diablos se proponía en ese momento?, Emilio decidió averiguarlo.

Fue hacia el mostrador y pretendió hojear un folleto mientras escuchaba cómo Joaquín le hacía preguntas al empleado acerca de alquilar un trineo con motor para la nieve. Sonrió al hombre antes de dirigirse hacia la puerta trasera del chalet, a la caseta de alquiler.

Emilio lo siguió a discreta distancia. Lo observó cuando conversaba con el empleado y observaba los trineos para escoger uno de ellos. Al cabo de unos minutos se había ido hacia las veredas del norte.

Emilio revisó su reloj; eran las tres. Era un poco tarde para seguirlo, pero mil libras eran mil libras y él todavía tenía medio carrete en la cámara. Unas cuantas fotos ingenuas en el trineo serían las adecuadas para que Eddy se pusiera contento.

Caminó hacia el mostrador, firmó y alquiló su propio trineo.

—¿Sabe cómo funcionan estas cosas? —le preguntó el empleado.

—Sí... —afirmó Emilio sacando la cámara del estuche y colocando un objetivo. Se subió la cremallera de la chaqueta y guardó el estuche en el trineo—. ¿Conoce al chico? —le preguntó con un leve movimiento de cabeza señalando la dirección que Joaquín había tomado.

El empleado se encogió de hombros.

—Nunca lo vi antes.

—¿Pagó al contado? —preguntó Emilio.

—¿Quién quiere saberlo?

Emilio sacó un billete de veinte libras de su bolsillo y lo sacudió frente al empleado, que miró en torno suyo y luego tomó el billete. Revisó su tarjeta de registro y sacó un cheque de viajero.

—El nombre es Alexander Martin —le dijo y le tendió el cheque para que lo inspeccionara. El hecho de que Joaquín usara un nombre falso no desconcertó a Emilio.

—¿Hacia dónde iba? —le preguntó.

—Directo hacia las veredas que rodean las cimas. Le dije que se quedara en los senderos ya establecidos, porque en esta época del año la nieve es chistosa.

—¿Chistosa?

—Ya sabe, suave, tramposa. El hielo de debajo empieza a derretirse durante el día, luego se congela de nuevo durante la noche. Eso hace que la nieve nueva haga cosas chistosas.

Natural| Emiliaco| AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora