Capítulo 15

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Emilio no sólo sintió, sino que escuchó su propia sangre correr hacia la cabeza como un chorro de agua en erupción. No le respondió porque no podía hablar. Apenas podía respirar, ya que su pulso rugía en sus oídos y bloqueaba todo pensamiento coherente y racional. Dio un paso hacia Joaquín.

—Pero no lo digas para parecer astuto, Joaquín. Dilo porque lo sientes.

Joaquín levantó la barbilla.

—Eso quiero decir.

Emilio dio otro paso y se quedó quieto. Joaquín siguió su progreso con los ojos. Mientras tanto el significado de su intención lo golpeó, su bravuconería le falló y, de forma instintiva, dio un paso atrás con cada uno de los que él avanzaba. Se detuvo cuando su espalda chocó contra el mostrador de la cocina y extendió las manos hacia atrás, para apoyarse.

Pero entonces Emilio ya estaba frente a él; sus cuerpos casi se tocaban. Emilio colocó una mano a cada lado y se cernió sobre él.

Emilio no parecía exactamente amenazador, pero resultaba... poderoso. Joaquín sintió que su pulso se aceleraba.

—¿Has cambiado de parecer? —le preguntó él.

—No.

—Bien.

Emilio se inclinó sobre el menor y lo beso.

Joaquín cerró los ojos y permitió que él siguiera su camino. Se irguió y apresó los fuertes hombros en busca de apoyo; fue bueno que lo hiciera, porque ése era un beso con «B» mayúscula. Él no le ofreció dulces preliminares, ni pequeños mordiscos, ni un lento y sensual roce de labios. Su lengua invadió su boca en un único movimiento, con la fuerza de un huracán devorador.

Las pestañas de Joaquín se agitaron cuando abrió los ojos. Él lo observaba mientras lo besaba y sus ojos marrones retenían la mirada de los de Joaquín de forma directa y firme.

Emilio parecía hacer todo tipo de preguntas silenciosas sobre Joaquín, sobre él mismo. El más joven se puso de puntillas, se apretó contra él, se frotó y aproximó más y más, respondiéndole de forma alta y clara con el lenguaje de su cuerpo.
Las manos de Emilio bajaron y acunaron su trasero.

Al principio él trató de parar los movimientos eróticos de Joaquín, pero al sentir la suave carne en sus manos, empezó a acariciarlo, acomodándolo a su dura excitación. Un gemido emergió desde el fondo de la garganta de Joaquín cuando su cuerpo se derritió en respuestas.

Emilio lo levantó hasta el mostrador y se colocó entre sus piernas abiertas. Sus labios abandonaron su boca para besarle las mejillas, la barbilla, el cálido y suave lugar detrás de su oreja. Joaquín respiraba de forma pesada, como si hubiera corrido un maratón. No podía mantener las manos quietas y vagaron sobre su pecho, hombros y espalda, tan bajo como pudieron llegar.

Natural| Emiliaco| AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora