Capítulo 10

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Maratón (1/3)

Emilio se rindió y lo besó.

Era un beso duro, era casi un beso de irritación, cuando apoyó sus labios contra los de él.

Joaquín levantó sus manos húmedas y frías. Su calor lo deleitaba y entreabrió los labios para él, lo que lo hizo gemir contra su boca cuando sus lenguas se encontraron.

Se tocaron, se emparejaron y todo estuvo perdido.

Fue un beso largo y voluptuoso, un beso que pareció devorar el aire mismo que los rodeaba.

Emilio se apartó un instante.

Sus labios dejaron los de Joaquín para mordisquear y trazar un sendero por su rostro hasta la delicada línea de su barbilla y más abajo, hasta el suave lugar en la base de su cuello, donde había sentido sus pulsaciones el día anterior.

En menos de veinticuatro horas Emilio había perdido cualquier atisbo de dominio de sí mismo que pudiera tener. Se incorporó sobre los codos y miró su rostro. Sus enormes ojos estaban cerrados, perfectos, con una media luna de pestañas de color castaño que los enmarcaban.

Joaquín levantó sus labios hacia él en una silenciosa invitación. Él gimió, pero se apartó como si lo rechazara.

Joaquín abrió los ojos.

—¿Qué sucede? —preguntó con voz más ronca que lo normal.

—Es esto —y al decirlo, volvió a apoyarse en él.

—¿Por qué? Ambos somos adultos.

—Y en un día, dos a lo mucho, seguiremos nuestros caminos por separado —él cerró los ojos; Joaquín se sentía muy bien—. Es mejor que permanezcamos como dos desconocidos.

—¿Y si yo no estoy de acuerdo? —le preguntó—. ¿Y si yo digo que no deseo permanecer como un desconocido?

—No lo hagas —le advirtió.

—¿Tratas de que yo sienta temor de ti, Emilio?

—Eso sería inteligente, pero no. Sólo trato de hacerte comprender... Me iré del país tan pronto como regresemos.

—¿Y piensas que yo me aferraré a ti y te profesaré un amor inmortal?

—Yo no he dicho...

Joaquín lo empujó y rodó para alejarse de él. Con un ágil movimiento se puso de pie y lo observó desde su altura.

—Bueno, no te preocupes, señor Smith. Yo nunca he tenido que rogarle a ningún hombre que hiciera el amor conmigo y ciertamente no tengo intención de empezar con un pobre tipo como tú.

—Un pobre...

Joaquín lo dejó.

En unos segundos escuchó el golpe de la puerta de la cabaña. De pronto estaba tan frío como podía estarlo y se preguntaba si Joaquín lo habría dejado afuera.

Se lo tenía merecido, si como suponía, eso era lo que había hecho. No se estaba entendiendo muy bien con el... Tampoco él se estaba conduciendo muy bien.

Gimió en esa ocasión en voz alta: fue un rugido de frustración. Se levantó y sintió una punzada de dolor en la rodilla. Había aterrizado con fuerza sobre ella cuando se lanzó a sus piernas. «¡Fabuloso!» se dijo para sí mismo mientras se dirigía cojeando hacia la puerta de la cabaña.

Natural| Emiliaco| AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora