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La madera crujía ligeramente bajo sus pies y era el único sonido que se escuchaba entre ellos, Yoongi y Jimin. Cuando el Conde sugirió que sea la ‘señorita’ quien lo escoltara a su recámara, nunca imaginó que Jimin se mantendría bajo un silencio asfixiante. Él esperaba conversar más, pero su acompañante parecía relucir por los nervios, y, si bien causar esas emociones en quienes lo rodeaban aumentaba su ego, en ese momento quería intimar de palabra con la doncella.

—Luces usted muy nerviosa, ¿es mi presencia la que la perturba así? —preguntó curioso.

—Lo lamento, no estoy acostumbrada a tener extraños en casa —musitó.

—Pero no soy un extraño, ¿o sí? Después de todo, estaremos compartiendo mucho más que la casa durante un tiempo y me gustaría que lográsemos intimar mucho más.

Jimin se estremeció ante el tono de voz tan ronco que ocupó el hombre, y eso mismo denotaba una segunda intención en sus palabras, en ciertas palabras. Los nervios surgieron y por mucho que quiso ocultarlos no lo logró. Su cuerpo era un libro abierto en donde cada página describía perfectamente sus emociones, sus acciones, la mirada de sus ojos… Todo, pero, como sucede con todo el mundo, a pesar de que una persona pueda ser leída con sencillez en la superficie, toma algo más de tiempo leer ese libro a profundidad y, aún más, entenderlo como se debería. Así era Jimin.

Por otro lado, Yoongi era bastante diferente. Su superficie era como el reluciente oro, pero como el mismo material se caracterizaba por un egocentrismo titánico, así como una galantería innata con las mujeres. Un donjuán. En cambio, su interior estaba manchado con el recuerdo de su infancia, su familia era tan retorcida como una enredadera, y sus actitudes se forjaron a partir de ello. Cruzar la enredadera era tarea de un valiente, y si se lograba pasar en medio de los espinos con bien, encontraría un corazón encantador, vagamente usado y con las ansias de salir al mundo.

Llegaron a la zona de recámaras para huéspedes, frente a una puerta color caoba con la perilla dorada.

—Esta será su recámara.

Jimin abrió la puerta e ingresó seguido del huésped. La habitación, aunque grande, no tenía muchas cosas en ella. Una cama de dos plazas con mantas color crema y en el dosel, cortinas transparentes; un armario negro junto al tocador y diagonal al pequeño salón donde sillones y una mesa ratona se encontraban, cerca a la ventana estaba el escritorio, la silla afelpada y una máquina de escribir. Sencilla, pero era lo suficiente ya que no acostumbraban recibir muchos huéspedes en la propiedad.

—¿Y dónde está la suya? —preguntó atrevido.

—¿Por qué le interesa?

—Es precaución por si necesito algo, me gustaría contar con su ayuda.

—Si se da el caso primero debería acudir a mi hermano, seguramente él lo ayudará más de lo que yo pueda hacer.

Yoongi sonrió. Jimin era un reto para él. Desde el primer momento lo supo, en aquel momento cuando la vio en el salón, luciendo especialmente angelical en ese vestido, con los ojos ilusionados mirando por cada rincón del salón, hasta que se posaron en él. Sintió esa fuerte mirada sobre su persona por un tiempo hasta que se decidió por darle aquello que Jimin anhelaba, un momento de coquetería y romance quijotesco. Mas no fue simplemente así. Jimin, desde que Yoongi le dirigió la palabra, demostró que no era como cualquier mujer que se le tiraba a sus brazos rogando caricias. Jimin se le negó con sutileza que mantenía cautivo a Yoongi. Un reto, pero se preguntaba cuánto tiempo le tomaría lograrlo. Empero, la pregunta que bien podría hacerse Jimin era: si eso sucede, si se deja llevar por las mareas del romance, ¿qué sucedería cuando levante su vestido y le enseñe a su amado la verdad de su cuerpo?

El Romance Trae Vestido (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora