Prólogo

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Abro los ojos. La luz es tenue, proviene de una lámpara de no mucha calidad en el techo de la habitación. Habitación en la cual no huele precisamente a flores. Siento la presión de las cuerdas en mis muñecas y mis tobillos. En medio de la habitación hay una camilla parecida a la de un hospital con una mesita de metal con ruedas y una silla a su lado, y una cama en la esquina que parecía llevar allí mucho, demasiado tiempo. Al otro lado de la camilla hay una lámpara de luz fluorescente pero no está encendida.

Estoy inmovilizada, sentada en el suelo apoyada en una de las cuatro paredes, me siento cansada y débil y no sé dónde estoy. No recuerdo cómo he acabado aquí, simplemente quiero salir de este oscuro sitio cuanto antes. Pasan unos minutos y una puerta se abre, dejando entrever una luz más intensa que la de la habitación donde me encuentro.

Entra un hombre de mediana edad, unos cuarenta años, de complexión fuerte, moreno pero con algunas canas debido a su edad. Lo que más caracteriza a ese hombre son sus ojos, negros como el azabache y más penetrantes que una espada de doble filo. Mirarle fijamente a los ojos es una sensación muy desagradable, tanto que hasta parece que te quema la retina con un cruce de miradas.

Le miro asustada, y comprendo que estoy secuestrada...pero, ¿quién es ese hombre y por qué me quiere a mí?

-¿Quién es usted? -pregunto mientras se me acerca lentamente y se agacha delante de mí, quedándose en cuclillas.

-No debes asustarte, preciosa -muestra una sonrisa al tiempo que extiende el brazo y me acaricia la cara. Me aparto rápidamente y noto cómo el corazón se me va a salir de la camiseta.

-¡Suélteme! -intento soltarme de las cuerdas sin éxito.

-Ven -el hombre me coge en brazos mientras grito y me deja en la camilla atándome a ella con un cinturón por la parte de la cintura y otro a la altura de las rodillas. Si antes me sentía inmovilizada ahora lo estoy al cien por cien.

Enciende la lámpara fluorescente y se sienta en la silla al lado de la camilla, con la mesita de ruedas a su lado. En la mesita reconozco una máquina tatuadora. Me horrorizo. El hombre de ojos oscuros coge la pequeña máquina mientras grito horrorizada e intento deshacerme de las cuerdas y el cinturón.

-Es mejor que te estés quieta -espetal.

Oigo cómo enciende la máquina y empieza a vibrar. ¿Me quiere hacer un tatuaje? ¿Por qué? ¿Qué clase de secuestrador hace eso? Siento la aguja en mi piel, y siento dolor en la parte izquierda de mi cintura, justo donde acaba el hueso de mi pelvis. No tengo ni idea de por qué querrían hacerme esto. No hay forma de escapar, por lo tanto tampoco de evitar que me haga el tatuaje. ¿Y si esto no es lo peor? ¿Y si este hombre quiere algo más de mí? La idea me quema por dentro. Aunque grito de dolor, ese dolor que siento por la aguja es pequeño comparado con el miedo que tengo.

Siento la tinta penetrar en mi piel, y miro a ese hombre al cual no le he visto en mi vida. Se le ve concentrado en lo que hace, y la luz fluorescente ilumina mi piel, y los inquietantes ojos de él. Cierro los ojos tratando de evitar el dolor, porque al fin y al cabo el dolor lo produce la mente. Al cabo de un pequeño rato, el dolor cesa, y ella abro los ojos, cegada por la luz que proviene de la lámpara.

Sobre mi piel se halla tatuada un ancla. La zona está roja, por los efectos la la tinta en mi piel. Está perfectamente hecha, y me sorprende que sea precisamente un ancla, ya que me encantan. Adoro todo ese mundo de la marinería, las anclas, la ropa de marinero o a rayas....me fascina. Quizás el tatuaje se trate de un ancla por casualidad o quizás porque el secuestrador sabe mucho más de mí de lo que debería saber. El hombre contempla su trabajo satisfecho, mientras me extiende la crema para evitar la infección del tatuaje.

-Perfecto -susurra contemplándolo con una sonrisa- y ahora vamos a pasarlo muy bien -me mira a los ojos y se acerca a mis labios para besarlos. Me alejo asustada. Mis peores sospechas se están haciendo realidad- preciosa, por las buenas o por las malas -me coge de la mandíbula fuerte obligándome a mirarle y me veo reflejada en esos oscuros ojos que ahora me miran enfadados.

Me quita los cinturones que me sujetaban a la camilla y me levanta la camiseta apretando mis pechos por encima del sujetador mientras grito pidiendo ayuda. Sin embargo, en mi interior sé que nadie va a socorrerme. Al cabo de unos segundos estoy con mis bragas por los tobillos. Las lágrimas caen por su cara y solo pienso en salir de aquí. Es el peor momento de mi vida. Me coge y me da la vuelta sobre la camilla, dejándome boca abajo. Cada vez estoy más asustada. Lloro y grito desconsoladamente mientras me fuerza, a mí, una chica de 17 años que no ha hecho nada malo. No sé quién puede odiarme tanto como para hacerme esto. Por lo menos no soy virgen, si llega a ser este hombre el que me desvirgue, me moriría de vergüenza toda mi vida...si consigo salir de aquí claro. Los peores pensamientos pasan por mi cabeza. ¿Y si me quedo embarazada? He oído que cuando te violan es muy poco probable que te quedes embarazada. Ese pensamiento tranquiliza una pequeña parte de mí.

Lo que no sabía, era que su pesadilla acababa de empezar.

Shoot MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora