EN LOS cinco minutos que habían estado arriba, un puñado de chacales habían empezado a rodear el coche. Su chófer estaba preparado para abrir la puerta de atrás y Sergio la metió dentro rápidamente. ¿Qué le había empujado a bajarse?
Pues ver hasta dónde estaba dispuesta ella a llevar aquella farsa, sin imaginarse que acabaría llevándolo a la asquerosa ratonera que era donde dormía.
No podía comprenderlo.
La miró y vio que no quedaba energía en ella. Tenía los labios apretados, los ojos vidriosos y las manos fláccidas en el regazo.
No debía pesar ni veinticinco kilos, un peso enfermizo para una mujer que rayaba el metro sesenta de estatura.
–No puedo permitirme pagar el hospital. ¿Puedes decirle a mi casero que estoy enferma y que no eres un cliente?
–No.
Cerró de un portazo y su chófer puso el coche en movimiento, deseoso de salir de allí cuanto antes.
–¿Tienes deudas de juego, o qué?
–Desde luego he apostado al caballo equivocado –respondió, y sin levantar la cabeza, la giró hacia él para esbozar un atisbo de sonrisa–. ¿Sabes esa canción de que no se puede comprar el amor? Pues resulta que es cierto.
–¿Qué quieres decir?
–No importa –suspiró.
–Explícamelo. ¿Has tenido un amante que te ha robado todo el dinero? ¿Y qué tal sienta eso? –preguntó, ignorando el infierno que se desataba en su interior al imaginarla con otros hombres.
Ella cerró los ojos. Parecía que tenía húmedas las pestañas.
–Te obsesionan mis muchos amantes, Sergio. Puedes acusarme de lo que quieras, pero no de ser promiscua. Tú precisamente deberías saber que no me rindo fácilmente.
Estaban divorciados. ¿Qué más le daba que tuviera o no amantes?
Un recuerdo sexual le viajó por las venas, poniéndole el vello de punta y enviándole un latigazo de deseo al vientre.
No quería pensar en cómo imaginar a otros hombres disfrutando de su apasionada respuesta le ponía enfermo. Además, hacía tiempo que había decidido que recordaba mal lo suyo. En aquel entonces estaba teniendo una racha de grandes logros en lo personal, lo cual empapaba de optimismo y éxtasis sus encuentros físicos. Desde luego, esos encuentros no se merecían todo lo que le habían costado.
–Ya. Quieres un anillo y un generoso acuerdo prenupcial antes de acostarte con un hombre. ¿No has encontrado otro que se prestara a eso? Claro que solo tienes una virginidad con la que negociar, y el sexo sin esa golosina...
Necesitaba que creyera que su interés por ella había empezado a decaer. Seguía dándole vergüenza haber obrado con tanta urgencia y acabar casándose con ella precipitadamente, por impulso, aun sabiendo en el fondo que no iba a durar. Un fuego que ardía tan fuerte y tan rápido se agotaba igualmente deprisa. Un sexo obsesivo se había disuelto en su requerimiento del cumplimiento del acuerdo prenupcial y una demanda de divorcio.
–Vaya... eso sí que es un golpe bajo. Deberías estarme agradecido por darte la libertad que necesitabas para disfrutar de un sexo mucho mejor que el que yo podía darte.
Sus palabras le escocieron, seguramente porque no había sido capaz de encontrar otra mujer que le inspirase una necesidad ni parecida a la que ella le había provocado.
Se había pasado aquellos últimos años saliendo cómodamente con mujeres que no le inspiraban demasiados sentimientos, hasta que su asistente personal abrió de nuevo la puerta al torbellino cuando interrumpió su reunión el día anterior.
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Reconciliación Temporal
FanfictionUna Adaptación Serquel Era solo un acuerdo conveniente... hasta que él se dio cuenta de que la quería para siempre. Habían contraído matrimonio en secreto, y los dos habían terminado con el corazón destrozado. Sergio no quería volver a verla jamás...