Epilogo

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Dos años después

Sergio abrió los ojos y miró las paredes del ático. Los colores de las luces de Navidad que parpadeaban en la terraza del piso de abajo se reflejaban en el techo. Era casi media mañana del día de Nochebuena. Estaba completamente vestido en la cama con Raquel. Apenas había empezado el día y ella se había puesto a llorar porque era incapaz de desayunar, y temía que, si seguía sin comer, acabase abortando.

Estaba tremendamente emotiva y no se encontraba bien, razón por la cual habían decidido no unirse a todos en Italia y celebrar la Navidad allí, solos los dos. Dos y medio.

Él, en modo protector, se había acurrucado junto a ella en la cama y se habían quedado dormidos, pero la había oído sollozar, no con el dolor de antes, sino como si estuviera teniendo un sueño.

Se levantó con cuidado para no despertarla y bajó la escalera.

Estaba siendo un día raro. Todo había empezado tan bien... el portero les había enviado las copias de su libro mientras ella intentaba tragarse el desayuno, y él las había colocado bajo el árbol con el resto de regalos, a pesar de sus protestas.

No pensaba esperar hasta la mañana de Navidad para abrir ese paquete en concreto. Para ser una mujer que no celebraba la Navidad, estaba más ansiosa que Toni por abrir los regalos.

Abrió el ejemplar que le había firmado para él y el rostro sonriente de Raquel lo miró desde el papel. Tenía el codo apoyado y la mano en la mejilla, con lo que se veían sus anillos. Ahora llevaba tres: los dos originales más otro que había encargado para que hiciera juego con los primeros.

Habían decidido que tres era el número perfecto. El libro contaba ya con un buen número de pedidos previos a su lanzamiento, gracias al carisma de su esposa. Cuando pudiera viajar, iban a dirigirse a Hawái para la última fase de su proyecto.

La oyó moverse un momento después y dio los últimos toques al desayuno: tostadas y huevos revueltos. Le había pedido cita con el médico, pero tenía tiempo de desayunar. Ojalá aquella vez se quedara dentro de su cuerpo.

Tenía los ojos rojos y se abrazó a él al verlo llegar. Él le acarició la espalda.

–Estabas llorando. Supongo que es que debes tener hambre.

Iba a preguntarle por el sueño, pero decidió no hacerlo, y al dejar la bandeja, miró la fotografía que descansaba en la mesilla. Era la única que tenía con su madre y su hermana.

–Alicia ha venido.

Siguió acariciándole la espalda, a pesar de tener los pelos de punta.

–Hacía mucho tiempo que no tenías un sueño de esos.

–Me ha dicho que ya no va a volver. Que ahora te tengo a ti.

La apretó aún más, afectado por la melancolía de su voz, pero con la esperanza de que no volviera a llorar en sueños.

–¿Qué te parece el nombre de Alexis si es niño? –aventuró.

–Me encanta –contestó él–. ¿Y Alicia si es una niña?

–Siempre he pensado que, si era una niña, me gustaría que se llamara Mary, como mi madre.

–También me gusta.

Era un calzonazos sin remedio, pero le daba igual. Nunca una mujer lo había hecho tan feliz.

–Eres mi héroe. ¡Menudo desayuno! Pero si el bebé lo rechaza, no será culpa mía.

No. Sería culpa de Alexis.

Alexis, que llegó siete meses después, con una mata de pelo del mismo color que el de su madre y una personalidad fuerte y simpática que tenía hechizados a sus padres.

Su hija, Mary, llegó dos años después. Tenía la piel de su padre y unos ojos que Sergio había visto en sueños una vez. Era muy dulce y adorable, imposible de resistir, y no es que alguien lo intentara, y menos sus padres y su hermano.

El único defecto que tenía era el gusto que tenia por aparecerse junto a la cama en plena noche ¡y luego reírse a carcajadas del susto que se llevaba su padre!

Reconciliación TemporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora