Capitulo 8

229 12 1
                                    

Sergio la había engañado, pensó Raquel el último día que iban a estar en Hawái. Aquello no había sido la relación pasajera que se suponía que iban a tener. Aquello había sido una luna de miel en toda regla.

Tras un día de reuniones en Honolulú, se habían desplazado al nuevo complejo que Sergio iba a construir durante los siguientes tres años. Había reservado para ellos un bungaló, que en realidad resultó ser una villa de tres plantas y seis dormitorios con una piscina infinita y un camino que conducía a una increíble laguna. Trabajaba medio día y el resto se dedicaban a flotar en la piscina, a hacer esnórquel en la laguna y a hacer el amor en la intimidad del palaciego dormitorio principal.

–No quiero irme –musitó. Era la última noche, y estaba en la barandilla de su balcón con un caftán por toda ropa, contemplando la puesta de sol.

–Yo tampoco.

Estaba detrás de ella y se apoyó contra su pecho.

–¿Has enviado tu propuesta?

Raquel le acarició el mentón.

–No es que espere que vaya a salir algo, pero ha sido un detalle que me hayan dejado intentarlo.

–Yo no creo que Nic lo haga solo por ser amable.

–Rowan, sí.

La esposa de Nic llevaba un par de años buscando un biógrafo, aunque no se había puesto a ello muy en serio.

–La propuesta es una buena tarjeta de visita, pero no espero poder pagar las facturas escribiendo. Al menos, no de momento. He solicitado algunos puestos en Nueva York que puedo conseguir.

–¿De qué se trata?

Su mano se deslizó dentro de su caftán para tomar con dos dedos su pezón y masajearlo suavemente.

–Mm... –ronroneó, frotando su cadera contra la erección ya notable–.

Nada inspirador. Escanear documentos para el conservador de un museo.

Creo que la habilidad principal que se requiere es capacidad para soportar el aburrimiento.

Intentó volverse, pero él no la dejó.

–No te metas en algo que detestes.

Llevaba el pelo recogido, así que le besó el cuello y el lóbulo de la oreja, mordiéndolo hasta el punto en que amenazaba con doler.

–Hay que ir dando pasos –contestó casi sin aliento–. También me he inscrito en la lista de espera de apartamentos de renta financiada.

La mano que tenía en su pecho apretó primero y tiró de su pezón después, haciéndolo girar.

–Vámonos a la cama –murmuró, frotando sus nalgas.

–Todavía no –fue bajando una mano por su vientre hasta llegar a su monte de Venus, y gimió al encontrarlo desnudo y húmedo–. Quiero hacerte el amor aquí mismo.

Sintió que la empujaba por detrás y se inclinó hacia delante hasta apoyar los antebrazos en la barandilla, al tiempo que abría las piernas para que pudiera tocarla más íntimamente.

–Podrían vernos.

–Solo estamos nosotros aquí.

Le levantó el borde del caftán y pegó sus muslos a los de ella, pidiendo entrada.

Antes de salir de Nueva York, había ido al médico y ahora estaba

protegida. Se arqueó para recibirlo y gimió porque estaba un poco irritada.

Reconciliación TemporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora