Capitulo 5

286 11 0
                                    


POR HOY hemos terminado –le dijo Sergio a la mujer que estaba al otro lado de la habitación intentando no sonreír–. Prepárelo todo.

Sacó la tarjeta de crédito, apuró la copa y volvió a leer correos de trabajo para no tener que irse detrás de Raquel al probador y acabar lo que habían empezado.

«En este momento, te odio».

No le quedaba más remedio que disimular en un rincón de la tienda y esperar a que la erección cediera.

Apenas había dormido, intentando asimilar todo lo que ella le había contado por la noche. ¿Habrían sido distintas las cosas si se lo hubiera contado?

Luego le había dicho que no quería ir a Charleston y protestaba por cada compra que estaba haciendo, agotando su paciencia.

Y mientras, se estaba volviendo loco viéndola probarse vaqueros ajustados que le marcaban el trasero, o viendo cómo se le asomaba la rodilla entre el bajo de la falda y el final de la bota cuando se sentaban en el coche, o cómo el escote del vestido nuevo revelaba el inicio de sus pechos.

Verla salir del probador con aquel vestido que destacaba su piel de seda, arrancando destellos de su pelo y transformando sus ojos en lagos misteriosos, le había puesto fuera de sí de excitación.

¿Y ella quería que fuera agradable? Nada en aquella situación era agradable, sino frustrante y cargado de emociones que no era capaz de identificar.

–Ya estoy –dijo, saliendo del probador con el vestido verde que revelaba lo imposiblemente mínima que era su cintura. El cinturón dorado parecía un pequeño hula-hoop en sus caderas. Se le olvidaba lo enferma que había estado, pero la palidez de su rostro se lo recordaba.

Pero no lo miró a los ojos, sino que se limitó a sonreír diciendo a la dependienta:

–Gracias por su ayuda. Esperaré en el coche.

Sergio la acompañó dejando que el chófer lidiara con los paquetes.

–¿A qué estamos jugando ahora? –preguntó cuando ella le volvió la cara al subirse al coche–. ¿No piensas hablarme?

–Por supuesto que sí. ¿De qué quieres que hablemos? –respondió, entrelazando las manos en el regazo y mirando al frente.

–Estás enfadada porque te he besado.

–Por supuesto que no –replicó ella, en un tono muy razonable que resultaba extrañamente provocador–. Has demostrado que puedes hacer lo que te venga en gana conmigo.

El chófer guardó los paquetes en el maletero y el coche se estremeció, pero no tanto como lo lograron sus palabras.

Cuando el chófer abrió la puerta para subir, Sergio ladró:

–Danos un minuto.

–Por supuesto, señor.

Cerró la puerta y subió a la acera para espantar al puñado de fotógrafos que los llevaban siguiendo todo el día.

–¿No has disfrutado con el beso? ¿Te lo he arrancado yo? ¿Es eso lo que estás diciendo?

–Si lo he disfrutado o si no, no importa. Lo importante es lo que querías demostrar. Lo que me hagas es una reacción, un castigo a lo que te hice y a lo que te sigo haciendo.

–No ha sido un castigo, Raquel. ¿Lo has disfrutado? –repitió. Igual se estaba volviendo loco, porque le había parecido que los dos le ponían la misma pasión.

–Sí –respondió, apretando los puños y con la voz cargada de tensión–.

Podrías haberme tomado allí mismo, en el suelo de una tienda. ¿Es eso lo que necesitabas oír? ¿Te hace feliz? ¿Hasta dónde tienes que humillarme para que lamente lo suficiente haber entrado en tu vida?

Reconciliación TemporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora