Cuando el sol empezó a elevarse sobre la extensa ciudad, Massiel ya estaba despierta.
Realizaba una rápida rutina de estiramientos mientras escuchaba un podcast de noticias a través de sus audífonos. Incluso cuando intentaba evitarlo, su mente no paraba de repetir el momento en el que Marceline soltó esa sarta de palabras sobre ella.
Ella sabía que le faltaba crecer, de que necesitaba pulir sus elementos y le quedaba aún mucho camino que recorrer. Pero una cosa era estar anuente de ello y otra muy distinta era que alguien lo dijera de una manera tan ruda y con esa mirada de superioridad que la había sacado de quicio.
¿Qué no soy nadie? Pensó, frunciendo el ceño y acelerando sus movimientos ¿Quién eres TU después de todo? ¿Solo una cara bonita que ganó un par de medallas de oro? ¿Desde cuándo eso te da el derecho de tratar a los demás de la verga?
A los treinta minutos se detuvo y se observó en el espejo y recordó que también se había puesto a hablar de su físico.
Massiel sabía que no tenía el cuerpo de una gimnasta promedio. Su metro sesentaicinco resaltaba entre las demás que rondaban el metro cincuenta, al igual que su figura más curvilínea y rellena.
Pero no había ningún manual que dijera que su cuerpo o cualquier otra parte de ella estaba mal.
Y tenía planeado dejárselo en claro de todas las formas posibles.
—Pues verás, Marcelina Del Puente—masculló entre dientes mientras abría el grifo del baño y dejaba caer el agua en sus manos—. Si me buscas, me encuentras.
En ese momento una notificación encendió la pantalla de su teléfono, con el tono especial que había configurado para su hermano.
Tiburoncín: ¿Desayuno en el hotel? 😏
Tiburoncín: MANAAAAA te tengo un wichi 👀
Por lo general cuando el mana se alargaba de esa manera, significaba que el chime estaba bueno. No lo pensó mucho y aceptó, después de todo le quedaba algo de tiempo antes de ir a cumplir con las primeras actividades del día.
Se puso su ropa deportiva y le dejó una nota a Becky en el espejo del baño.
A las seis de la mañana algunas gimnastas empezaban a partir hacia la arena para el inicio de los entrenamientos, algunos delegados corrían con sus papeles hacia los controles de aparatos y varios jurados empezaban a pasearse por el lugar con sus credenciales.
Pero todos ellos se vieron opacados por la imagen de su hermano, cruzando las puertas del hotel. Porque allí se dio cuenta que fuese lo que le iba a contar, era algo serio.
En primer lugar, se había peinado.
En segundo lugar, traía una sonrisa de bobo mientras tarareaba una canción de Taylor Swift.
Cuando llegó hasta ella, le puso una mano en el hombro y dijo:
—Conocí a alguien.
Y su boca empezó a moverse contándole con lujo de detalle sobre su encuentro con el gimnasta francés mientras caminaban hacia el restaurante principal. Desde la cantidad de pecas sobre su nariz hasta la conversación que tuvieron sobre su terrible tolerancia al frío otoñal y las diferencias de este con sus respectivas ciudades.
Massiel le dio un sorbo a su café negro, reconociendo casi de inmediato ese brillo de emoción en sus ojos oscuros. Algo que no recordaba haber visto en mucho tiempo.
—Es un chico muy amable, sensato y alegre —admitió Martín con una sonrisa bailando en sus labios y un leve rubor en sus mejillas—. Y parece muy educado.
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Bailando con las manos atadas
RomanceHay dos cosas que no puedes permitirte en un campeonato mundial de gimnasia artística: perder tus conexiones y enamorarte de tus rivales. ... El fugaz romance entre un nadador competitivo y el gimnasta del momento provoca que los caminos de Massiel...