Los entrenamientos de podio eran una parte esencial dentro de cualquier competencia de gimnasia artística.
Verificar la estabilidad de las barras, el nivel de firmeza de los pisos o la suavidad de las colchonetas de aterrizaje, acostumbrarse al entorno en el que estarían compitiendo.
Y, en raras ocasiones, algunos de los jurados se paseaban por la zona para echar un vistazo a los entrenamientos como si fueran simples espectadores. Después de todo la mayoría ya sabía de memoria las rutinas que se presentarían durante los siguientes días.
Pero antes de pasar por todo esto, todas las gimnastas debían pasar por la zona de calentamiento. Era un largo pasillo recubierto de colchonetas donde el aroma a tiza, sudor y nerviosismo llenaba la atmósfera que empezaba a llenarse de incertidumbre.
La mayoría había iniciado dando largas zancadas mientras movían los brazos en círculos, otras conversaban con sus entrenadores en busca de las últimas indicaciones antes de entrar a la arena y unas cuantas empezaban a empolvar sus manos con tiza o probar sus grips para las barras asimétricas.
Massiel estaba sentada en una esquina con una botella de agua entre las manos, el cuello de su chaqueta deportiva alzado, un pie temblando de forma inquieta y a punto de empezar a juguetear con el broche de la suerte que Carla le había prestado.
No porque estuviera nerviosa, sino porque su cuerpo tenía demasiado energía acumulada al punto de que le costaba evitarlo.
Para ella los entrenamientos de podio solían ser pan comido.
Después de todo no era necesario buscar la perfección o demostrar algo en sus rutinas, sino poner a prueba los equipos que utilizarían el día de las pruebas clasificatorias.
La última diversión antes del show, así solía llamarlos Becky.
Así que se esforzó para controlar ese el chute de energía mientras intentaba no lucir débil ante su competencia. Intentó juguetear con su gafete de identificación, apretar el moño sobre su cabeza, casi retoma la mala costumbre de morderse las uñas y finalmente repitió algunos de los ejercicios de calentamiento sin éxito alguno.
Becky la observó en cada uno de sus intentos por controlarse y como aún faltaban diez minutos para que su subdivisión entrada a la arena, decidió enviarla por una botella de agua al lobby de la arena para que pudiera despejar un poco su cabeza.
Massiel aceptó de malagana y no tardó en caminar por los pasillos de la arena en busca de algún voluntario o trabajador de la FIG que estuviera disponible. Pero en su lugar se encontró una máquina expendedora en una zona no tan lejana y decidió probar suerte con ella.
Recostó la espalda de la pared y sacó el pequeño monedero que solía llevar dentro de su chaqueta, pero no tenía monedas ni tampoco a parte de unos cuantos centavos y un cuara.
—Mierda, ahora sí —resopló para sí misma mientras metía el monedero con algo de brusquedad.
—¿Necesitas ayuda?
Massiel se quedó de piedra al escuchar esa voz a sus espaldas y luego sintió como la sangre empezó a subirse a sus mejillas de manera involuntaria.
Había escuchado como el equipo francés fue vitoreado desde las gradas al momento de entrar y como estos se enardecían más al escuchar el nombre de la gimnasta promesa del momento.
Y por alguna razón, estaba frente a ella. Deslumbrante y distinguida, incluso después de haber salido del entrenamiento de podio.
El moño perfecto de la chica parecía haberse aflojado después de tantos saltos en sus rutinas, sus mejillas se encontraban cubiertas por un tenue rubor y pequeñas gotas de sudor empezaban a bajar por su frente.
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Bailando con las manos atadas
RomansaHay dos cosas que no puedes permitirte en un campeonato mundial de gimnasia artística: perder tus conexiones y enamorarte de tus rivales. ... El fugaz romance entre un nadador competitivo y el gimnasta del momento provoca que los caminos de Massiel...