15 | Cuestión de suerte

388 60 15
                                    

Incluso cuando llegó a la Sportpaleis una hora antes del evento principal, Martín se vio obligado a formar una extensa fila para entrar. Al ingresar, tuvo que contener la respiración por unos segundos. Estaba acostumbrado a ese tipo de ambiente, después de todo había estado en muchas competiciones internacionales desde que empezó en la natación.

Pero esa era diferente.

Más denso, más... pesado.

Y cada una de las personas junto a las cuales pasaba parecían estar sintiendo algo similar. Lo notó en sus respiraciones lentas, en la forma en la que sostenían los carteles con los nombres de sus gimnastas favoritas y cómo miraban fijamente cada uno de los aparatos desplegados frente a ellos.

Todos esperando atestiguar esos momentos de grandeza.

Su corazón se aceleró por la corta fracción de segundo en la que sacó su teléfono de la chaqueta, pero luego volvió a su ritmo normal cuando Mamá en el identificador de llamada.

Al aceptarla lo primero que vio fue una mata de cabello rizado cubriendo la cámara frontal del teléfono y unos segundo después el rostro de la mujer que le dio la vida. La gente solía decir que Massiel era idéntica a ella, pero él siempre había sentido que solo le hacía falta dejarse crecer el pelo para ser su doble.

—Buenos días, mamá... ¿O tardes? —Martín frunció el ceño intentando recalcular la zona horaria al otro lado del continente—. ¿Cuántas horas hay de diferencias entre Amberes y Panamá?

Las suficientes como para beber dos tazas de café seguidas —respondió ella con una cálida sonrisa—. Ay mi niño, te ves todo pálido ¿Es que allá no pega el sol o qué cosa?

Pero... ¿Cómo la ves? —preguntó su mamá desde el otro lado del continente y podía escuchar murmullos en el fondo. De seguro algunos familiares que los habían ido a acompañar—. Nosotros acá estamos viendo si nos podemos conectar a alguna transmisión en vivo... ¿Encontraste alguna, Benjamín?

Y Martín pudo escuchar el no de su padre. No le sorprendió escuchar eso. Los canales de deporte nacionales no compraban derechos de transmisión a menos que fueran eventos que atrajeran a la audiencia como los partidos de la selección y el mundial. Mucho menos los de un evento al que no le tenían mucha fe.

—No la estoy viendo ahora, sigue en la zona de calentamiento.

Sí, ya sé, pero si la viste bien ayer...

—Ah... ayer no la vi —respondió él, rascando su nuca.

¿Qué? ¿Cómo que no la viste ayer? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Qué andabas haciendo ayer que no la viste?

«Tenía la boca ocupada» pensó, recordando fragmentos de la noche anterior.

El cálido interior de su boca, el tacto firme de sus dedos sobre su cintura, la forma en la que su voz se entrecortaba con cada movimiento entre sus cuerpos y en el beso que depositó sobre el lunar de su espalda cuando llegó el momento de dormir.

Tal vez fuera un poco cursi, pero había sido una noche mágica para Martín.

Dios, la cara que traes —murmuró su madre al otro lado de la pantalla—. ¿Cómo se llama? ¿Lo conociste en de la competencia? ¿Es guapo?

—Pensé que estábamos hablando de Massiel.

Bueno, como no la has visto todavía... —Escuchó el clic de una lata y luego como alguien se la tendía su mamá—. Falta media hora para que empiece todo, así que mientras puedes hablarme de ese europeo.

Bailando con las manos atadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora