XVIII

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↻Cᴏ́ᴍᴏ sᴇ ɪᴅᴇᴏ́ ʟᴀ ᴀᴠᴇɴᴛᴜʀᴀ ғɪɴᴀʟ↺

El día después de que Padre dijera a Riki que pronto volvería a Berlín, Sunoo no fue a la alambrada como era habitual. Tampoco apareció al día siguiente. El tercer día, cuando Riki llegó allí; no estaba; esperó diez minutos y estaba a punto de volver a casa, sumamente preocupado por tener que marcharse de Auschwitz sin haberse despedido de su amigo, cuando a lo lejos vio un punto que se convirtió en una manchita que se convirtió en un borrón que se convirtió en una figura que a su vez se convirtió en el chico del pijama de rayas. Riki sonrió al verlo sentarse en el suelo y sacó de su bolsillo el trozo de pan y la manzana que había llevado de casa para dárselos. Pero ya desde lejos había advertido que su amigo parecía más triste que de costumbre, y tampoco cogió la comida con el entusiasmo de siempre.

—Pensaba que ya no vendrías—dijo Riki—Vine ayer y anteayer y no estabas.

—Lo siento—dijo Sunoo—Es que ha pasado una cosa.

Riki lo miró y entornó los ojos, intentando adivinar qué podía haber pasado. Se preguntó si también a él le habrían dicho que volvía a su casa; después de todo, a veces ocurren coincidencias como ésa.

—¿Qué?—preguntó—¿Qué ha pasado?

—Mi padre—dijo Sunoo—No lo encontramos.

—¿Qué no lo encuentran? Eso es muy raro. ¿Qué quieres decir? ¿Qué se ha perdido?

—Supongo. El lunes estaba aquí, luego se marchó a hacer su turno de trabajo con unos cuántos hombres y ninguno ha regresado todavía.

—¿Y no te ha escrito ninguna carta? ¿No te ha dejado ninguna nota diciendo cuándo piensa volver?

—No—contestó Sunoo.

—Qué raro—se extrañó Riki—¿Ya lo has buscado bien?—preguntó tras una pausa.

—Claro que lo he buscado—dijo el pelinegro exhalando un suspiro—He hecho eso de lo que tú siempre hablas. He explorado por ahí.

—¿Y no has encontrado rastro de él?

—No, ni rastro.

—Pues eso es muy extraño. Pero seguramente tiene una explicación muy sencilla.

—¿Y cuál es?—preguntó Sunoo.

—Supongo que habrán llevado a los hombres a trabajar a otro pueblo y que tendrán que quedarse allí unos días, hasta que terminen su trabajo. De todas formas, este sitio no es ninguna maravilla. Ya verás como no tarda en aparecer.

—Eso espero—dijo Sunoo, que estaba al borde del llanto—No sé qué vamos a hacer sin él.

—Si quieres puedo preguntarle a Padre si sabe algo—dijo Riki con cautela confiando en que su amigo no dijera que sí.

—No creo que sea una buena idea—dijo Sunoo, lo cual produjo cierta inquietud en Riki, pues no era un rechazo rotundo de su ofrecimiento.

—¿Por qué no?—insistió igualmente—Padre está muy informado de todo lo que ocurre al otro lado de la alambrada.

—Me parece que a los soldados no les caemos bien, Riki—añadió con algo parecido a una risotada—sé muy bien que no les caemos bien. Nos odian—Riki dio un respingo.

—Estoy seguro de que no es así—dijo.

—Sí, nos odian—insistió Sunoo inclinándose hacia delante, entornando los ojos y haciendo una mueca de rabia con los labios—Pero eso no me importa, porque yo también los odio. ¡Los odio!—repitió con convicción.

THE BOY IN THE STRIPED PAJAMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora