Prólogo

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Los atardeceres en Hogwarts conseguían maravillar cada día a Hagrid, el querido guardabosques del Castillo. Era una tarde calurosa de mediados de agosto, el canto de los grillos inundaba la parcela del semigigante, que escuchaba con alegría mientras se preparaba la cena. Fang, su fiel y perezoso amigo, dormía plácidamente en su gran cama.

Mientras disponía la mesa, colocaba su gran plato, su cuchara, rellenó un vaso de agua y echaba el estofado de buey que le había sobrado en la comida; un fuerte escalofrío recorrió el Bosque Prohibido, haciendo que los pájaros somnolientos salieran volando y que el gran perro elevara la cabeza y sus orejas alertado.

Hagrid miró a su amigo con una ceja levantada y se asomó por la ventana de su cabaña, podía sentir la intranquilidad que emanaba del Bosque, llegó de manera tanto abrupta como silenciosa. Para cualquiera que no lo conociera, el lugar le hubiera parecido inquietante por mucho que los árboles se mantuvieran en su sitio, que ningún par de ojos estuvieran observando desde su habitual penumbra y que el silencio coronaba lo que sería una bonita postal.

El semigigante se alejó de la ventana. Estaba a punto de continuar con su tarea cuando el sonido de unos cascos y una respiración agitada terminaron de romper la melodía de aquella tarde. Hagrid cada vez más convencido de que algo ocurría se quitó el delantal y salió apresurado seguido de su amigo.

Un bello centauro recuperaba el aliento con la espalda encorvada y los brazos sobre su cintura. Los rayos de sol rebotaban sobre su pelo, bien cuidado, que lo hacía ver más imponente. Hagrid lo reconoció al instante.

— Firenze, amigo — Hagrid bajó las escaleras y se acercó un poco a él —, parece que has echado una buena carrera, ¿quieres un poco de agua? — el semigigante era consciente de que no aceptaría, pero no pudo evitar ofrecérsela.

— Rubeus Hagrid, medio gigante. Fang, el temible danés — saludó el centauro con la respiración más controlada.

— Me alegra verte, ¿ocurre algo? — preguntó, el guardabosques sabía que el centauro no se acercaría tanto a la linde del bosque si no ocurriera algo importante.

— Me temo que no he podido descifrar lo que las estrellas intentaban decirme antes, me disculpo por ello. He venido tan rápido como he podido — Firenze tomó una gran bocanada de aire —. Hace un par de días que la manada de unicornios ha cambiado de rumbo, están agitados. No entendíamos que ocurría, hasta que le vimos.

— ¿A quién?

— Tiene muchos nombres: Señor de la oscuridad, Tormenta plateada, Unidor de lazos...

— Espera, espera. Me estás diciendo que en nuestro Bosque hay un —

— Unicornio oscuro — completó el centauro.

***

Hagrid andaba todo lo rápido que podía. Había dejado a Firenze en la cabaña junto a Fang, debía hallar a Albus Dumbledore, director del Colegio. Se encontró con Filch por uno de los pasillos, llevándose un gritó por su parte y un bufido de la señora Norris, algo sobre tierra por sus pasillos.

Aunque llevaba mucho tiempo sin andar por el interior del Castillo se lo conocía de memoria. No tardó mucho en llegar, "ventajas de ser un semigigante" sonrió para sí. Subió veloz la Torre del Director hasta encontrarse de frente con la gárgola que cuidaba el despacho del mismo. Le costaba reconocerlo, pero le inquietaba, prefería encontrarse con una criatura viva.

— Sorbete de limón — la gárgola permaneció impasible un par de segundos, hasta que se movió dejando paso al semigigante.

Hagrid agachó un poco la cabeza para poder entrar al despacho de Albus. El amable director se giró al escucharlo entrar y una sonrisa apareció entre su abundante barba blanca.

— Buenas tardes Hagrid, bueno, casi noches — saludó el director.

— Buenas noches Dumbledore. Buenas noches Fawkes — saludó al fénix, se encontraba encogido con los ojos medio cerrados, estaba convencido de que lo había despertado.

— Qué te trae por aquí Hagrid, no es habitual verte por estos lares.

— Siento molestarle — Dumbledore movió una mano restándole importancia —, Firenze acaba de presentarse en mi cabaña, nos espera allí, creo que le interesará lo que me ha contado.

Albus asintió con una ligera mirada de sorpresa. El director cogió unos regalices y se apresuró a ir tras el guardabosques. Le estaba ofreciendo uno, mientras salían del lugar, cuando se encontraron a la profesora Minerva McGonagall caminando por el pasillo en dirección a ellos. Sorprendida saludó a los dos hombres.

— Minerva, acompáñanos, al parecer el centauro Firenze nos ha hecho una visita y sospecho que nos va a contar algo muy interesante.

— Por supuesto — contestó con profesionalidad la subdirectora.

Los tres profesores recorrieron los pasillos veloces, aunque cuando llegaron a la cabaña el sol ya se había puesto. Hagrid les explicó por el camino cómo sintió el escalofrío del bosque y cómo Firenze apareció en su cabaña. El centauro los esperaba en casi la misma posición en la que Hagrid lo había dejado, Fang por el contrario había preferido tumbarse junto a las escaleras de su hogar. Firenze era uno de los pocos centauros que confiaba plenamente en los humanos que habitaban el castillo, por lo que el tiempo que habían tardado se había limitado a recuperarse del esfuerzo y estudiar el firmamento.

— Firenze, es un placer verte — saludó el director.

— Buenas tardes — saludó también McGonagall.

El centauro inclinó la cabeza hacia ambos devolviendo el saludo. Hagrid instó al ser a que explicara con exactitud qué es lo que habían visto. La tranquila voz de Firenze les contó lo mismo que a Hagrid.

— Sin duda, era un unicornio oscuro. Lideraba la manada, pero al sentir nuestra presencia se detuvo. Tenía un brillante pelo negro y los cascos plateados. Nos sostuvo la mirada y dirigió su cuerno hacia nosotros. Reforzó nuestro vínculo como hermanos — añadió el centauro con admiración en los ojos.

— Gracias por venir a contárnoslo amigo — comenzó Dumbledore tras escuchar atento su relato —, ¿crees que podrías indicarnos el próximo momento y lugar donde se dejaría ver?

Hagrid y McGonagall giraron la cabeza bruscamente hacia el director, sin duda no esperaban que mostrara tal interés por un unicornio, aunque fuera de otro color.

Firenze asintió y prometió regresar en una semana, esperaba poder haber estudiado al animal y que las estrellas guiasen su comportamiento. No se demoró más y partió a los confines del Bosque.

Una vez solos, McGonagall conjuró una bola de luz del tamaño suficiente para iluminar la explanada de la cabaña, unos rugidos de estómago se escucharon en el lugar. Albus agradeció a un colorado Hagrid el haberlo avisado y le deseo un buen provecho y una tranquila noche.

Minerva y el anciano director se dirigían de nuevo al castillo cuando ella no aguantó más la curiosidad sobre lo que tramaba su amigo.

— ¿Y bien? — preguntó impaciente la bruja.

— Hago bien en suponer que conoces el motivo por el que un unicornio oscuro es toda una rareza. No solo son menos asustadizos que un unicornio normal, tienen el don de reforzar el vínculo existente entre dos seres. Creo que este animal me va a dar la oportunidad de acentuar la relación entre los alumnos de diferentes casas.

McGonagall suspiró. Desde luego Albus era el director más extravagante que Hogwarts había tenido.

— Supongo que hasta que no vea los resultados no puedo decirte que es un disparate — Dumbledore guiñó un ojo a la profesora.

— Recuerda que debo ausentarme unos días Minerva, debo encontrar al nuevo y escurridizo profesor de Pociones — cambió de tema el anciano.

La bruja se despidió de él mientras negaba con la cabeza. No dudaba de que lo que se proponía no funcionara, sino que además la sorprendería. 

Voy a quedarme a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora