1

25.1K 1.5K 152
                                    

—Ahhhh... ¡Joder!

El cuerpo de Tony temblaba, sus delgadas manos se aferraban a las sábanas y sus jadeos inundaban la oficina que Fury le asignó. Trataba de controlarse, de resistir el exquisito placer al que era sometido por miedo a ser escuchado. Pero, no podía. Su exigente acompañante no se lo permitía. No cuando cada embestida de su amante era más profunda, más tosca y más... Tony estaba en el clímax, su cuerpo se derretía ante las manos de su él, ante esos besos que se marcaban cada milímetro de su piel. Era la gloria, su cuerpo se empañaba de sudor, su cuerpo ardía por su amante. El sonido de sus muslos chocar contra el cuerpo ajeno de su amante le excitaba, le hacía desear más y más. Que su amante no parara, que lo llenara y que jamás lo soltara. Tal vez, debería sentir culpa o vergüenza por su lujuriosa ambición. Sin embargo, no había ninguna de ella.

Jamás lo hubo.

Ni en su amante, en Steve Rogers.

—Más... Steve... Más. —Tony pidió débilmente, su cuerpo quería más de su amante, quería todo.

Y Rogers obedecía, se adueñaba descaradamente de quien debía tratar como un sobrino, como parte de su familia por ser allegado a Peggy Carter. Lo tomaba sin oportunidad de descanso, lo hacía suyo con tanta vehemencia en el escritorio, se hundía en lo más profundo de él y lo marcaba para sí con cada beso que le robaba. Estaba ciego por el placer, por la deliciosa sensación de tenerlo debajo de suyo, por escucharlo rogar más y jadear su nombre. Rogers estaba prendido. Sujetaba con fuerza la cadera de su amante, hundía sus uñas y arremetía frenético contra el culo de Tony. Rogers se sentía preso por el deseo que sus embestidas iban más duras y más rápidas. Salía. Se adentraba. Salía. Se adentraba. Lento. Rápido. En círculos. El ritmo con el que se cogía a su amante lo embriagaba de tanto placer que lo sintió, estaba por llegar el punto más alto, por... Se corrió dentro de su amante. Rogers pudo ver cómo el culo de su amante era mojado por su semilla, cómo aun palpitaba de deseo.

Lo que bastó para que Rogers alzara a Tony, besara su cuello y amenazara con morderlo cerca a sus glándulas omegas. Ganas no le faltaban. Rogers quería a Tony como su omega, quería dejar la clandestinidad de su relación para gritarle al mundo que Tony era suyo. Y aunque su deseo fuera mayor, debía esperar. Espera que la convertía en una placentera agonía en donde lo reclamaba en el lugar que quisiera. Como ahora. Rogers se lo estaba cogiendo en una oficina de Shield, enterado de que solo a dos pisos estaba Fury con el Comité de Seguridad Nacional. No le preocupaba, sino atender a los deseos de quien ya era su omega.

Con o sin marca, Tony era suyo.

Y él de Tony.

Fue así cómo volvió a reclamarlo, a echarlo contra el escritorio y a meterse entre sus piernas. Tony cedía a sus intenciones, enredaba sus piernas con la cadera de Steve. Mientras que, Steve iba adentrándose en él, lo embestía lentamente. Ahí Tony dejó de masturbarse para cerrar los ojos y gemir el nombre de Steve. La voz ronca de Tony incitó a Steve a moverse en círculos dentro de Tony, a inclinarse contra el cansado cuerpo del castaño y a empezar a tiritar uno de sus pezones. Steve lamía, pellizcaba y mordía los pezones de su acompañante, de su Tony. Deseoso, jugaba con ellos y luego con la boca. Rogers disfrutaba de robarle el aliento, de tocarle cuerpo sin reparo. Era suyo y lo sabía. No había necesidad de preguntárselo a Tony porque su cuerpo se derretía por él, por tenerlo dentro. Y Steve obedecía. Dándole un último beso, Rogers se levantó y empezó a embestir con fuerza y rapidez.

—Sí... ¡Oh, sí! —Tony jadeaba apenas. Su cuerpo se sentía complacido, pero no satisfecho. Necesitaba de Steve, de su entero deseo. Pues el mismo ambiente cerrado de su oficina le hacía hervir la sangre por la lujuria, esa que crecía ante la posibilidad de ser encontrados. Sí, ese peligro lo excitaba más, lo animaba a seguir queriendo más. Aún cuando su cuerpo parecía llegar a su límite, a uno que necesitó ser jodido en toda la oficina para poder alcanzar ese límite.

—A—Ahhh... Steve.

Steve se inclinó hacia él otra vez, pegó su enorme cuerpo contra el de Tony, le tomó las manos y las llevó hacia arriba para besarlo sin interrupciones. Mientras que, no dejaba de embestirlo. Una y otra vez. Tanto su cuerpo como el de Tony llegaban al clímax, se sometían al entero placer y cedían ante su propia naturaleza. La oficina se llenaba con los gemidos de Tony, con el sonido de sus cuerpos chocando y con el olor a sexo que desbordaban. Todo era tan caliente que, poco a poco el cuerpo de Steve marcaba por completo al de Tony, lo hacía suyo a medida que el nudo se iba formando.

A lo que Tony empezó a sollozar por el doloroso placer con el que lo reclamaban, con el que lo llenaba. Quería a Steve, a su alfa. Y tenerlo ahora era dolorosamente delicioso que su respiración se entrecortaba, que su piel ardía demasiado y que sus balbuceos eran el nombre de su alfa. Tony había llegando a su límite, su cuerpo había aceptado a Steve y a su nudo. Que pudo disfrutarlo con un lento beso que Steve le daba.

—Somos uno solo. —Rogers le susurró al oído a Tony; provocándole un hormigueo. Aún se encontraba sensible a cada roce o susurro de él. —Tú eres mi omega.

—Y tú, mi alfa. —Tony lo miró, le sonrió y dejó que Rogers recostara su cabeza cerca a su hombro; entregándose así a la espera de que el nudo bajara.

A pesar de que tardó, a Tony le fue más difícil cambiarse que esperar por el nudo. Pues Rogers parecía no querer dejarlo salir de la oficina. Lo que fácilmente habría cedido. Pero, Viernes le había informado que Fury estaba en camino a su oficina. Y que no lo hacía solo, sino con el Comité de Seguridad Nacional y otros nuevos reclutas. Fue por ello que apenas consiguió ponerse los pantalones y la camiseta. Mientras que, Steve alcanzó a vestirse con el traje. Sin embargo, el que lucieran sus ropas no bastaba. Toda la oficina de Tony olía a sus intensos aromas, a lo que había ocurrido hace unos momentos. No podían ocultarlo ni Rogers hacía el esfuerzo. Así que, Tony se vio obligado a recibir a Fury y al resto en la puerta de su oficina.

Lo que llamó la atención de Fury. —Pensé que nos recibirías adentro.

—Está un desastre, pirata. ¿Verdad, Cap?

—Totalmente. —Steve sonrió travieso por la verdad, esa que se haría saber si solo abrían la puerta de la oficina. —Hicimos un desastre.

— ¿Volvieron a discutir?

Steve y Tony se miraron cómplices. No discutieron al punto de desordenar la oficina, solo cogieron en toda ella. —Ya está arreglado, Fury. Puedes presentarnos a los nuevos y a los señores.

—Bien. —En lo que Fury se giraba para presentarlos con la multitud que aguardaba por ellos, Steve se puso detrás de Tony como un reflejo de su instinto alfa, de su lobo. —Él es Tony Stark, consultor de Shield y miembro fundador de "Los Vengadores".

—Consultor al que no pagan. Ni siendo vengador. —Tony trató de bromear para ir saludar a los nuevos reclutas y a los miembros del Comité de Seguridad Nacional.

Pese a su enorme sonrisa y a su buen humor, Tony no consiguió que ninguno le devolviera el apretón de manos que ofrecía. Y es que el aroma de Steve en él alejaba a los que eran alfas y también omegas. Era demasiado fuerte para ellos. Rogers era un alfa prime, de primer rango. Intimidaba doblemente más que un alfa común, su aroma marcaba territorio y a su familia. En especial, a Tony. El lobo de Steve tomaba a Tony como su omega; envolviéndole con su aroma para así mantener ajeno a cualquier peligro o interesado. Por ello, ninguno se le podía acercar a Tony o siquiera mirarlo.

Ninguno quería encontrarse con la seria mirada del Capitán América, del único alfa prime que quedaba.

Ninguno tenía la valentía.

Fury recién lo pudo entender: Steve Rogers y Tony Stark no eran simple compañeros, eran pareja. Su naturaleza beta le había librado de toda sospecha hasta ahora, hasta hoy. Pero, aquello no le preocupaba, sino lo que ocurriría después.

¿Cómo Rogers reaccionaría cuando se enterara sobre la decisión de Alexander Pierce de enviar a Stark con el príncipe T' Challa?

Y no como embajador, sino como prometido.

EL OMEGA DE STEVE ROGERSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora