27. Helen

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◊POV: Helen◊

Mi nombre es Helen. Crecí en el reino de Arsus en una familia común y corriente. Mis padres tenían una panadería y nuestra vida era tranquila. Desde muy pequeña mi papá me contaba cuentos de hadas e historias fantásticas. Me enamoré de los caballeros que luchaban contra dragones, de los aventureros que se enfrentaban a no muertos y de los cazadores que podían derrotar osos con sus propias manos. Yo también quería ser fuerte.

Tenía solo cinco seis cuando le pedí a mi padre que me enseñara a luchar. Él no tenía ninguna experiencia al respecto y me pidió que le ayudara con la cocina en lugar de jugar. No estaba jugando, pero él no lo entendía.

Durante las mañanas ayudaba a mis padres con la panadería y en las tardes salía a jugar con los chicos, no tenía amigos reales, solo "los chicos", gente pobre que vivía en las calles y que me dejaría jugar con su grupo a cambio de pan. Les entregaba el pan incluso si no jugaba con ellos, me parecía lo correcto, pero ellos mismos se sentían mal si tomaban el pan sin darme algo a cambio, así que los días que no jugábamos a escondernos o a correr por todas partes, los dedicábamos a pelear.

Los chicos debían saber defenderse, las calles de la capital son peligrosas si no puedes hacerlo, así que muchos de ellos eran buenos para la pelea, aunque la mayoría prefería centrarse en escapar y esconderse.

A los chicos no les gustaba pelear conmigo, al principio usaron la excusa de que era una niña y no querían lastimarme, pero más tarde descubrí que tenían miedo de ser vistos golpeándome, si alguien nos descubría, podían meterlos a prisión. Tomó algo de tiempo convencerlos de dejarme participar en sus peleas, pero al final lo logré.

Recuerdo claramente mi primera pelea. Tenía siete años y mi rival once, ese niño me dijo que sería suave conmigo, pero mientras decía eso me lancé sobre él y le di un puñetazo en el estómago. Creí que había ganado, que lo había vencido, pero nada más lejos de la realidad. Solo había dado un golpe débil en el cuerpo de un niño acostumbrado a los golpes. Se enojó. "Aún no empezábamos", gritó y me dio un puñetazo en el rostro antes de escapar corriendo por miedo a haber llamado la atención con sus gritos.

El dolor entró por mi mejilla pero se extendía a todo el cuerpo, sentí calor en la cara y un sabor metálico en la boca, uno de mis dientes se había caído y había comenzado a sangrar. Los demás niños me miraron con miedo y dudaban entre ayudarme o escapar. Cuando me vieron con una sonrisa enorme en mi cara golpeada, eligieron escapar. No me importó. Yo estaba feliz. Era la primera vez que sentía algo así. El dolor era horrible y quería dejar de sentirlo, pero al mismo tiempo sentí una gran emoción. Mi corazón latía rápidamente y todo mi cuerpo estaba en llamas pidiéndome liberar toda la energía que había contenido durante años.

Con ese puñetazo todas las historias que me habían contado se volvieron reales y cobraron un nuevo sentido. Los caballeros sienten un calor más grande al enfrentar dragones, los aventureros sufren miedo más intenso cuando luchan contra no muertos y los cazadores pueden dar golpes más fuertes que cualquier niño. Vivir esa clase de aventuras se convirtió en mi sueño, pero cuando llegué a mi casa y le conté a mis padres con una sonrisa lo que había ocurrido, en lugar de alegrarse por mí, se preocuparon y me prohibieron volver a salir. No entendía por qué y eso me frustraba.

Me escapé varias veces y luché contra los niños en la calle. Cuando no podía salir, dedicaba mi tiempo a ejercitarme y entrenar en casa. Cuando cumplí diez años no había niño en la capital que pudiera derrotarme. Empecé a enfrentarme a adolescentes y ahí fue donde llamé la atención de cierta persona. Su nombre era Hugo y me ofreció la oportunidad de ganar dinero peleando. Ni siquiera lo pensé dos veces, acepté y comencé a participar en una arena clandestina.

La diosa me permitió revivir en otro mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora