INDINUÉ
El movimiento del oleaje golpeaba el casco del barco con suavidad.
Dominando proa, con la mirada pérdida en el estribor profundo del horizonte, una figura humana contemplada las aguas turquesas, su hipnótico movimiento, como dibujaban formas nuevas en el contorno del paisaje. Desde atrás, la luz del alba fabricaba reflejos de brillo dorado sobre el mar.
Fengart hizo una inspiración profunda, su olfato captó la salinidad envuelta en el fresco aire del amanecer.
Varias lunas quedaron atrás desde que partieron. Pensó que lo mejor sería un barco discreto, una nave de pescadores que no llamara la atención, sería lo más apropiado. La tripulación, incluido el capitán no pasaba de los diez hombres, todos escogidos por Mundinoth. En principio, la previsión de víveres no cubría el tiempo de navegación. Eso sí, agua potable suficiente para todo el trayecto no faltaba, así como quesos y carne curada, también generosas raciones de frutos secos. Entre todo esto y la pesca que debería ser abundante, sobre todo en las aguas del mar de Agrumynt, un lugar inexplorado, el sustento estaba más que garantizado. Por otro lado en bodegas de carga, entre su mercancía, se hallaban numerosos sacos de semillas. Las más abundantes, el trigo y el maíz. También cajas con brotes de patata, así como pequeñas plantas arbóreas y ramas enraizadas con brotes de arbustos frutales.
Fengart quería agradar a Otuym, hacía mucho, mucho tiempo que no sabía nada de él. Los recuerdos que guardaba de la isla de Zuert—inot eran especiales. Sobre todo, ahora que su cabeza empezaba a dejar de estar embotada por el encierro autoimpuesto. Reconocía para sí mismo que lo echaba de menos. Otuym, lo acogió como a un hijo, lo cuido y mimó hasta que curó por completo. ¡Sí!, debía haberlo visitado alguna que otra vez, en el transcurso de todas estas lunas.
¡El maldito tiempo!
¡La maldita obsesión!
Entonces, mientras sus vivos ojos miraban en dirección a su destino, su aguda mente volvió al día en el que trataron de matarlo.
No podía creer lo que Mundinoth acababa de hacer. Mientras caía por el precipicio pensaba en las posibilidades que tendría de salir con vida de aquel salto al vacío. ¡Ninguna! Aquel acantilado tenía más de ciento veinte varas de caída libre. Podría perecer en las rocas que surgían de las aguas como dedos verticales y rígidos que señalaban ya, desde abajo la muerte de cualquier cosa que cayera por allí. Por otro lado podía tener la suerte de caer en el agua, lo que, al igual que en las piedras, desde esa altura y a esa velocidad, quedaría deshecho por el impacto.
Mientras caía intentó abrir los ojos, no pudo. La rapidez con la que se despeñaba era vertiginosa e impedía la visión.
Pensó, que no era cierto lo que decían que piensas mientras estás a punto de morir, en el interior de su cabeza, solo se repetía una y otra vez los golpes que había recibido, sentía el dolor de los huesos rotos, de la carne machacada. La impotencia, la incapacidad, la falta de reacción, eran conceptos que se mezclaban confusos en su memoria. Sin embargo lo que más le dolía era la traición de esa persona, un rey que creyó su amigo. El engaño, la felonía, la falta de piedad. Cada uno de los momentos que le había dedicado a aquel maldito ingrato. Una pregunta, algo que no entendía iba a quedar sin resolver y eso hacía que además del estado de desorden mental, se sintiera mareado.
¿Por qué?, esa era la cuestión. ¿Por qué quería matarlo? Cuando tanto le había dado, cada instante, lo aconsejó, lo ayudó. Utilizó su poder para conseguir las metas propuestas. En cada conquista, en cada trozo de tierra que la bandera del monarca se alzó, detrás, estaba el ímpetu de Fengart. Entonces... ¿Por qué?
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EL CUARTO MAGO
AdventureEl origen de las leyendas nace en la cuna de los linajes. Una estirpe de Dioses vestidos de hombres que jamás podrás olvidar. Un Poder capaz de destruir el mundo conocido. Vive una experiencia que te hará reir, que te hará llorar, que te hará sentir...