XIV. Una noche sin luna

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 UNA NOCHE SIN LUNA


       Era una noche sin luna. La dificultad para moverse se acentuaba. El agua le llegaba a las rodillas y al apoyar el pie en el suelo le costaba trabajo volver a levantarlo. El cieno del fondo parecía querer retenerlo allí, absorbiéndolo, impregnándolo de aquella fétida arcilla. El olor pegajoso y repugnante del aire era nauseabundo, pero la putrefacta descomposición de elementos imposibles de identificar en la superficie del agua, era insoportable. Al pisar el lodo, este hacía un efecto de succión en la planta del pie, lo aspiraba y hundía en el fango cada vez un poco más. El avance se espesaba en cada intento de continuar. Se volvía más deplorable, más trabajoso. 

        Las voces, aquel quejido parecía acercarse, sin embargo cuanto más se acercaba más dificultad tenía en progresar. El tiempo parecía haberse ralentizado, todo funcionaba mucho más despacio. Intentaba correr y no podía, Intentaba gritar y no podía. Lo único que sonaba de forma clara, eran aquellos terribles alaridos. Sonidos estridentes, desgarrados, arrancados de las mismas entrañas de animales o personas mortificadas.  

        Allí mismo, a pesar de la oscuridad lo vio. Era un gigante, tenía al menos tres veces la altura y anchura de un hombre. Aferraba al chico del cuello con una sola mano y lo mantenía en el aire. Los pies del muchacho pataleaban buscando un sustento. Con las dos manos intentaba zafarse de aquel agarre mortal. Los dedos del gigante eran del grosor de un martillo de herrero. El muchacho moría asfixiado poco a poco, aquel descomunal ser podía haberlo matado con solo apretar la mano ligeramente, pero se deleitaba, reía mientras le quitaba la vida. Tras momentos que se hicieron eternos los pies del chico dejaron de bailar y sus brazos cayeron flácidos a ambos lados de la mastodóntica mano. Tras zarandearlo varias veces, lo tiró a un lado. Cayó en la misma postura que tendría un guiñol de trapo abandonado entre zarzas. 

        —¡No! ¡No! —Gritó mientras conseguía llegar hasta el cuerpo inerte del joven, cogió su cabeza con delicadeza mientras la apoyaba en sus brazos. Levantó la mirada y vio como el gigante alargó la mano hacia él, atenazó su cuello y lo suspendió en el aire.          ¡Ya no le importaba! ¡Ya daba igual! Sentía como se le iba la vida, sus ojos anegados en lágrimas se fueron apagando... 

        —¡Athim! ¡Athim! ¡Despierta! —Dijo Wonkal agitando despacio al chico—. Por los dos Dioses verdaderos, estas empapado. ¡Athim!  

        El chico se retorció entre bruscos espasmos, de pronto se levantó y abrió los ojos, la oscuridad lo oprimía, le costaba respirar. Sintió el contacto y se aferró clavando los dedos como garras en el antebrazo del mago que a pesar del punzante dolor lo mantuvo en el sitio, intentando que el roce tranquilizara al atormentado joven. 

        Junto a ellos se escuchó un pequeño alboroto, enseguida se oyó la voz de Thed. Intentado llegar a donde estaban, en plena oscuridad tropezó y cayó al suelo, maldijo en voz baja.  

        Nuevos ruidos y quejidos rompieron el silencio. 

        —Maldita Sea Thed, ¿quieres dejar de hacer ruido? —Incriminó Wonkal exasperado. 

        —¡Lo siento!, ¡es que no veo nada! —Se oyó a decir al muchacho. 

        —¡Thed! ¡Thed! —Aulló Athim soltando a Wonkal— ¡Thed! ¿Dónde estás? 

        —¡Aquí! ¡A tu lado! —Dijo el chico agarrando a su amigo. 

        Athim cogió a Thed con desesperación al tiempo que lo abrazaba. 

EL CUARTO MAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora