IX. La bóveda de la Sabiduría

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LA BÓVEDA DE LA SABIDURÍA

      La visión se manifestaba trasparente, las sombras no podían comunicar el presente, pero el pasado era claro como el agua. Fengart, además de ver, podía sentir la fuerza del odio de aquella criatura. La sombra ya no actuaba siguiendo el protocolo, quería venganza, solicitaba al mago la muerte inmediata de aquel joven, la muerte de aquellos que le habían ayudado. Anudando con mayor profundidad sus mentes, Fengart exigió al irritado ser tranquilidad, su juicio a veces enturbiaba la comunicación, por lo que utilizó la fuerza para frenar tal irritabilidad. La sombra sintió crecer el contacto mental, un dolor, como un relámpago cruzo su cabeza y sacudió su cuerpo, el mago no permitía ningún tipo de insubordinación, apenas se había recuperado cuando una punzada aún más aguda que la anterior lo volvió a estremecer. Solo esto había bastado, aquellos seres apenas toleraban el tormento, se calmó. Las imágenes volvieron a parecer de forma clara en la cabeza de Fengart, como si hubiera sido testigo oculto de lo allí acontecido.

       Entonces supo, aquel chico estaba siendo protegido.

      "Los magos se están arriesgando mucho, además, está implicada más de una casa".

      "Han aparecido de la nada, sin más, después de siglos de silencio"

      "¿Por qué? "

      "¿Qué asunto conlleva tanta importancia?"

      "¿Qué interés tienen los magos en ese chico?"

      Fengart rompió la comunicación, ya tenía lo que quería. Se incorporó y salió de la habitación, cuatro guardias había en la puerta, dos quedaron inmóviles, mientras que los restantes lo siguieron, uno a cada lado guardando entre ellos unas varas de distancia.

      El mago salió al exterior, cruzó un patio amplio, donde la luz del sol se expandía volcando su calor, el día era espectacular, todavía temprano, aún así muchos grupos de Jyrith ya realizaban su labor diaria de manera activa. Aquel espacio, era una zona de entrenamiento, estaba dividido en partes diferenciadas, en algunas; dianas, arcos y arqueros. En otras, aparatos de madera y metal móviles y articulados, para entrenar la lucha cuerpo a cuerpo así como la espada, por otro lado se veían trincheras y balas de paja, donde utilizaban las lanzas y cachiporras. Había en otro apartado, se acumulaban todo tipo de armas clasificadas en su lugar mediante una especie de mueble diseñado para su almacenamiento, la actividad era constante. Nadie se detuvo cuando Fengart cruzó el patio sin prestar atención a su alrededor. Acompañado de su guardia personal entro en un recinto ubicado al suroeste de la estancia de salida, tras andar un corto pasillo abrió una puerta estrecha de madera, la abertura ocultaba una gruta de piedra, de hecho, toda la estructura, aquel pequeño edificio, estaba realizado sobre la gruta, con el fin de ocultarla, el mago cruzó la puerta y entró en la galería, donde no había luz. Los guerreros no pasaron, se colocaron vigilantes, uno a cada lado de la puerta.

      Fengart continuó avanzando en plena oscuridad. Muchas veces había hecho ese camino, pero el recorrido siempre era distinto. Aquel terreno estaba protegido, siempre lo estuvo. Ese lugar en su momento fue un templo, visitado y honrado por todas y cada una de las casas de magos. Eso sí, cualquier persona podía entrar y no salir jamás, aquel espacio no tenía, de forma aparente, muebles ni objetos, alguien no instruido podía andar durante muchas lunas, sin ni siquiera tropezar con un muro, como si de un vasto desierto se tratara. Allí, si hubiera luz, se podían hallar muchos cadáveres de muchos incautos, que en el transcurso de los años, buscaron entrar en la bóveda de la sabiduría, de muchos que jamás salieron, una muerte atroz, donde las personas se desesperan y por fin mueren de inanición, de sed. Donde sin visión se vaga sin rumbo, donde antes de morir, dicen que se pierde la razón.

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