V. Niela

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      NIELA

      La oscuridad era total, Niela se removía inquieta en su camastro. ¡Soñaba!, no eran sueños de príncipes ni castillos, cosa normal en una chica de su edad. Eran sueños siniestros, pero eso no era lo malo, lo peor es que esos sueños, un día fueron reales.

      Su menudo cuerpo se irguió como un resorte, quedó sentada en el incómodo colchón, los ojos abiertos parecían ver, pero seguía soñando, la mirada vacía atravesaba la oscuridad, evocando amargos momentos. Instantes grabados en el interior de su cabeza, que jamás podría olvidar, rachas de miedo que a menudo acudían a ella, sacudiéndola como un estropeado muñeco en la soledad de sus noches. Así estuvo durante un largo rato, el chirriar de sus dientes rasgaban el silencio, mientras sus hombros y cuerpo temblaban, el sudor asustado, escapaba de su piel.

      Agotada, se dejó caer, a intervalos volvía a temblar, a veces se calmaba y durante unos instantes lograba descansar.

      Estaba oyéndolos, los oía, pero sonaban tan lejos, quería dormir un poco más, sin embargo el sonido se fue acercando, cada vez más nítido, abrió los ojos y de un salto salió del lecho.

      —¡Voy! ¡Ya voy! —Gritó la joven, aún aturdida por el sueño.

      —¡Niela, llegamos tarde! —Se escuchó al otro lado de la puerta.

      —Enseguida salgo. —Volvió a decir la chica mientras se enfundaba una camisola azul y metía media cabeza en un recipiente de barro lleno de agua, a continuación sacudió la cabeza rápidas y repetidas veces al mismo tiempo que utilizaba las manos para darle forma a su corto cabello. Mientras se calzaba, abrochaba la hebilla de la correa que sujetaba el pantalón a su delgada cintura. Estaba lista en el tiempo que un gallo es capaz de cantar al alba dos veces seguidas.

      Abrió la puerta y saludó.

      —¡Por las llamas del libro sagrado! ¡Estás... estás que das pena! —Dijo Miitut mientras se llevaba ambas manos a la cabeza.

      El sol apenas asomaba por el horizonte, la oscuridad daba paso a una tenue claridad.

     —¿Otra vez? —Preguntó de nuevo el joven.

     —Sí. —Respondió la chica

     —No puedes seguir de esta manera, cada vez te ocurre con mayor frecuencia, vas a terminar muy mal, deberías buscar consejo en algún curandero. Si quieres te puedo acompañar al próximo mercado de Wantaf dicen que se reúnen los mejores, que hay remedios de todo tipo, para todos los males.

      —Está bien, te prometo que iré contigo a donde quiera, —dijo la chica resignada— ahora, démonos prisa que llegamos tarde, está amaneciendo, los tramperos llegaran pronto.

      Anduvieron durante un rato, en el camino, Miitut no paraba de hablar, la chica apenas lo escuchaba, seguía sumida en los miedos de la noche.

      Se detuvieron ante un portalón grande de madera, Niela, con una llave enorme abrió la puerta de la cantina.

      Era un sitio pequeño comparado con otros establecimientos similares, diez o doce varas de ancho por otras diez o doce de largo, no era del todo cuadrado, pues tenía varios salientes y entrantes en la pared que favorecían rincones más o menos íntimos en caso de conversaciones privadas. En una de las pareces más cortas había una barra para servir la bebida, justo detrás, paralelos a la pared, varias filas de barriles amontonados en dos columnas diferenciadas. Los toneles llegaban al techo. Los de la primera columna contenían cerveza de flores, mientras que los de la segunda, encerraban vino con especias. En mitad de la sala, había un tipo de atril, de un pie de alto, debía medir una vara de ancho por tres o cuatro de largo, el resto de las mesas y sillas se disponían alrededor de esta tarima.

EL CUARTO MAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora