El Encuentro

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Como repetí en la primera carta que escribí a la gran bruja, mi nombre es aghera, lo digo para las abuelas gánster que hayan entrado en mi casa y robado las páginas de este diario ya que tomaron la píldora para convertirse en mafiosas pero no para curar su Alzheimer, abuelitas y abuelitos, a parte de recibir la sorpresa de que sois mayores, estáis arrugados, y eso que cae cuando escupis no es aloe vera si no saliva, quiero sorprenderos con otra espeluznante noticia, el encuentro con la bruja. Después de meditar sobre mi apocalipsis de dragones que escupen tarjetas de autoayuda, ángeles a las que no se le levantan,  y horribles demonios con problemas de ansiedad llegué a la consulta 666, (en realidad era la 12, pero demos un gusto a los evangelistas), donde residía aquel ser monstruoso, que habló con los vientos que te despiertan en un francés furioso que te levantes de la puta cama, y arrastró a esta gran soldada de los dioses a pelear contra su maldad.

Todo empezó, cuando me levanté con el mismo entusiasmo que un musgo muriendo lentamente o una cabra siendo acuchillada o la musgosa combinación entre los dos, me levanté lentamente de la cama, elevando con lentitud mi cuerpo como el tesoro no ejercitado que es, me hice una perezeleta, e incluso pensé en peinarme pero la opción de ir al baño a hacer mis necesidades hizo una mejor oferta a mi pereza y las dos desahuciaron a mi pobre pelo.

Eran las once y cuarto cuando bajaba por las escaleras como un acompasado desastre, tratando de recordar como podía uno bajar la puta escalera, como siempre mi madre estaba en la cocina sintiéndose culpable por estar como una puta cuba, mientras una copa de vino semi llena reposaba aliviada después de aquella rápida mamada, cuando entre en la habitación mi madre tomó su copa de alcohol que trataría de ser diferente y mejor que los cincuenta litros de alcohol que en aquel momento reposarían en los campos elíseos intestinales de mi madre,ella pasó al lado mía sin decirme nada, haciendo un gesto con la cabeza hacia el desayuno que me había preparado.

Me senté en la mesa, y me levanté de la mesa cinco minutos después de tirar la comida , el tiempo suficiente para que el Comandante Morritos pensase que la crepe con fruta troceada ya había sido abatida, antes de irme a mi habitación y dar pie a mis fantasías enchaquetadas lancé una mirada al calendario, que por desgracia atrapó la palabra CONSULTA, me había olvidado de que hoy era la puta psicóloga, en aquel momento necesité tomar aire, crucé el salón para ir a la terraza y fingir fumarme un buen porro liado por cualquiera que quisiese salvar el mundo bebiendo Martinis, cuando pase al lado de mi madre me la encontré llorando mientras comía una macedonia acompañado de rímel y mocos y veía Rambo, después de plantearme pedirle perdón para que no se emocionase de forma brutal viendo un documental sobre acelgas en conserva me marché a la terraza, mandé a la mierda a mi perezeleta y me dejé llevar por el contaminado viento de mi ciudad, casi sentía como las cigüeñas pedían un justificante laboral por bronquitis, y para destruir aun mas mi bonito descanso hacia un calor de cojones y sentía como el cuero cabelludo amenazada con unirse para siempre a la cabeza de un esquimal como no saliese de ahí. Después de aquellos segundos de gozo contaminado y frito, subí a mi habitación me cambié, mientras lloraba, criticaba mi horrible cuerpo, escuchaba música, recordé que si estaba desnuda era para cambiarme y finalmente me puse una camiseta de tirantes, inseparable amiga de unos shorts manchados de mierda de perro, al agacharme al recoger el regalito de el amigo peludo de mi vecina para poder ahorrar para mis planes hollywoodenses.

Bien, era una verdadera maravilla de pelo suelto, camiseta sudorosa, pantalones con pienso de perro en su peor versión y chanclas, obviamente irresistible para cualquiera, dado que la consulta de mi frígida reina furiosa era a la una, y mi espejo me había arrancado el tiempo de las muñecas iba a llegar tarde, de hecho unos cincuenta minutos tarde si pedía a la relatividad que me tunease las piernas para correr más, bajé vestida y acomplejada las escaleras mientras repasaba el horror que me había llevado a la terapia.

Noches LuminosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora