Dulce Vida

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La envidia tiene muchas caras, como la vida misma o un depravado yakuza viola niños, es un sentimiento curioso, te hace desearlo todo y a la vez despreciar todo lo que alguna vez has conocido, como pedirle a una Mean Girl que haga un pastel de adolescente utilizando Alzheimer y Molly, la cuestión es que todo da vueltas demasiado rápido, y eso es algo jodido, un día estás haciendo sonidos semisexuales delante de una cámara mientras chispas hamburguesas hipercaloricas, y otro día estás haciendo exactamente lo mismo solo que con mil denuncias de copyright y un amiguito llamado Diabetes.

Después de varios años, decidiendome por a qué brillante filósofo mutilar para poder construir mi mediocre filosofía de vida, me decidí por hacer caso a Bob Marley, que a pesar de no ser un filósofo, tomaba casi el mismo tipo de cannabis, y esta maravillosa filosofía de vida consiste en pelarsela, durante todo tiempo, estar pajeandosela al espacio tiempo hasta que se corre y decide cubrirte de blanco y hacerte invisible para siempre, eso o hacer una compleja mamada a la vez que rezas a un dios con nombre de Freestyler Cubano y recitas tu currículum, y esa era la pregunta que me hacía constantemente, acaso algo vale la pena en este mundo?

Me levantaba cada mañana, como si las ocho temporadas de walking dead se estuviesen emitiendo en mi sistema nervioso, y por supuesto rompía a llorar, porque nada parece encajar en este puto puzzle sin sentido al que llamo vida y a veces God Level Kamasutra, tengo una madre completamente pirada, que nada en una playa francesa mental, mientras finge ser minusvalida para que no la embarguen a base de multas de aparcamiento, parece ser que vivo en una broma de mal gusto, no se como vivir en una especie de Deja Vú barato del Laberinto del Fauno, y a veces me asusta pensar que no hay salida de emergencias, ni placenta mal abierta, ni uretra con olor a gonorrhea, ni ano infectado de tenias , por el que pueda salir de este mundo tan gris.

Pausé a mi querido MP3, metiéndole la lengua de James Bond en la boca haciendo que me jurase que cantaría Skyfall con el mismo pestazo a mamada por conveniencia, miré al techo de mi habitación, recordaba que de pequeña soñaba con que el techo se abriese para poder observar de frente a Dios, y ahora ruego a Dios a que unos albañiles mal pagados abran mi techo y salen las multas de mi madre con mi pequeño mundo.

Varios pensamientos discurrían por mi cabeza, como antílopes que corrían sin ningún sentido dando pisotadas en mi pobre consciencia y o llamada a mi feroz antidepresivo a que la salvase o dejaba que mi puto Simba muriese aplastado y me iinyectaba heroina a través de Zazú.
Eran las siete de la mañana, una hora perfecta para levantarse, iniciar el día, dar un besito en la frente a Budha, e ir a comerse el mundo de los comemierdas, eso o hacer como todos hacer cargo de un campanario al Zodiaco y hacer que se jorobe hasta que pueda mamarséla sobre toda Notredame y así hacer que cualquier hora sean las doce de la noche, pero inevitablemente me levante, porque por desgracia soy la canguro de unas células que necesitan acción y porque como buena canguro tenía que asistir a mi patética universidad.

Me abalancé sobre mi armario, como si fuese el sagrado madroño del escudo de mi país, y yo ese cachondo oso folla pinos, y tras abrir sus puertas fingí encontrar una sorpresa para no gritarme a mi misma de que la población de bragas se estaba comiendo viva al inofensivo glamour de mi armario.

Me puse las bragas que parecían no venir de un mercado ilegal de Tailandia y luego mi habitual look de jinete del pony de la muerte, osea el vestido que llevé en mi graduación cortado por la mitad y utilizado como camiseta, y un cuarto de las sábanas que mi madre utilizo durante mi parto y que se empeñó en quedarse, así somos en mi familia, amantes de las fracciones.

Cuando estaba lo suficientemente vestida como para no regresar a la vagina de la mayor gánster de sábanas de toda la sección de parto psiquiátrico, decidí bajar a la cocina para ver la mierda que habían decidido hacer la Mirtel más cocainomana de todos los universos, aquella que por desgracia parecía controlar la mente de mi madre.

Noches LuminosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora