Capítulo Ocho

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Sus manos levantan la tela de mi vestido mientras sus labios se deslizan hasta mi escote, donde deja un reguero húmedo a su paso, haciendo que mis pezones se ericen, ansiando el contacto de su piel contra ellos.

Me agarré a su cuello con ansia y tiré de los cabellos de su nuca, completamente excitada. Necesitaba más, quería más. Pero no podía evitar pensar en las consecuencias de lo que estaba haciendo. Estaba jugando a un juego en el que no conocía las reglas establecidas y me daba miedo no saber enfrentarlas.

Toda mi vida había seguido un plan, había sido metódica; sabia a lo que me enfrentaba en cada momento. Y, aunque era esto lo que quería, quería tener el control y lo estaba perdiendo por completo.

Corrección, lo había perdido por completo. Y ni siquiera me había dado cuenta de cuando había pasado. Estaba tan centrada en el puto sexo que no había pensado en que puede que esto fuera demasiado para mí. En que en realidad no estaba preparada para esto.

Joder, tengo dieciocho años recién cumplidos, ni siquiera he terminado el instituto. No debería estar haciendo esto. Pero ahora no podía parar. No. Ahora tenia que aprender a jugar y ser la mejor jugadora. No podía perder. No podían verme flaquear. Si había tenido los ovarios suficientes para llegar hasta aquí, los tendría también para salir con la cabeza bien alta y sin dejar que nadie me hunda.

Pensando en ello, dejé que sus manos arrancaran mi ropa interior de un tirón y sentí un leve escozor donde hacia unos segundos estaban las tiras de esta contra mi piel. Solté un jadeo cuando me apretó fuerte los muslos y enterró la cabeza en mis pechos, sentí que sonreía contra estos cuando empezó a lamerlos.

Cada vez que su lengua entraba en contacto con mis pezones, la humedad de mis piernas aumentaba y mis pezones se volvían más puntiagudos si podían, Wren me apretaba más contra sí, frotando su notable erección en mi humedad, mojándose por encima de los pantalones. En cualquier otra ocasión, o con cualquier otra persona, habría hecho alguna bromas sobre ello, como si se había meado encima, pero teniendo en cuenta que quería ser tomada enserio y no como una niña, preferí guardarme el comentario.

Decidí que ya había tomado el mando por demasiado tiempo, por lo que tirando de su nuca hacia atrás le quité mis pechos de su boca. Me miró con los ojos rebosando de lujuria y los labios hinchados de darles placer a mis senos, me incliné sobre él y uní mis labios entreabiertos con los suyos, dejando que su lengua rozase la mía y la humedad de nuestras bocas se encontrasen. Me dejó llevar el control en todo momento y le besé como quería haberlo hecho desde que había empezado a tocarme bajo la mesa de póker. Le besé con ansia, con deseo. Le di el beso más húmedo que había dado, probablemente, en toda mi vida. Y eso solo me excitó más.

Desenredé las piernas de su cintura, aunque mi vagina protesto al no sentir su miembro contra ella y bajé mis manos por su pecho, acariciándole el torso al completo. Cuando llegué a la pelvis tanteé el terreno con los dedos, acariciándole la piel justo encima de la cinturilla de sus pantalones.

Mordiendo su labio inferior, abrí los ojos. Él me miró de vuelta. Lentamente, sin apartar de vista sus negras orbes, le quité el botón y bajé la bragueta.

Me agarró las manos.

—Si lo haces, tendrás que atenerte a las consecuencias —advirtió con la voz ronca.

Metí la mano bajo su ropa interior y apreté su miembro contra mi palma, viendo como los ojos se le tornaban por mi tacto.

—Lo estoy deseando —susurré.

Queriendo torturarlo, bajé lentamente sus pantalones y sus calzoncillos, dejándolos enrollados en sus tobillos. Acaricié su miembro superficialmente, con parsimonia, queriendo disfrutar del momento, queriéndolo ver sucumbir bajo mi control. Quería que supiera que ahora yo estaba al mando.

Pensamientos censuradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora