Capítulo Diez

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Nada más pisar el establecimiento lo supe. Él lo sabía. La manera en la que me había mirado nada más cruzar las puertas me lo decía y el ver como sus ojos lanzaban dagas cada vez que Logan recogía los pedidos que le daba en la barra no hizo más que corroborarlo.

Al cabo de un rato desapareció, por lo que supuse que había decidido pasar el resto de la noche en su despacho junto con Jared, a quien apenas veía desde el primer día que estuve aquí. Según el resto de las chicas, se pasaba casi todo el día hasta arriba de papeleo, con las cuentas y demás, aunque también advertían que era mejor que no saliese. No entendí el porqué, pero la manera en las que unas y otras se miraron pude imaginármelo.

Aquel día el bar estaba más lleno de la cuenta, así que no pude escaquearme en ningún momento, no siquiera pude hacer uso de mis descanso, por lo que me tuve que conformar con charlas de vez en cuando con Logan, hasta que alguna mesa insistiese en pedir algo más. Justo cuando estaba acabando la noche y apenas quedaba gente en las mesas, más allá de unos cuantos borrachos, Montgomery hizo acto de presencia en la sala. Terminé de recoger los vasos y aperitivos de una mesa cuando levanté la mirada y le vi. Me hizo un gesto con la cabeza y desapareció por el largo pasillo.

Dejé el paño sobre la mesa que estaba limpiando y dejé que otro de los camareros terminase el trabajo. Me limpié las manos en el delantal y me apresuré a seguirle por donde había desaparecido. Las palamas de las manos me sudaban y sentí que el corazón me latía más rápido de lo normal. No era por excitación, ni por placer, ni por querer sentir su tacto bajo la piel. Era justamente todo lo contrario, porque su rostro demostraba que esa no iba a ser su intención y no sabía si quería saber las consecuencias de mis actos. No quería saber qué se sentía cuando desobedecía sus pedidos ni cuando no le daba la razón.

Sin embargo, nada más verme llegar y atravesar la puerta del primer cuarto que había, donde una leve luz alumbraba la habitación en penumbras, me sonrió. Me sonrió de la manera más escalofriante que pudo y sentí como los pelos de mi nuca se erizaban ate el repentino escalofrío que se coló en mis entrañas.

Se mantuvo en silencio, observándome aun con el rostro partido por la mitad por su sonrisa, como si estuviera esperando que yo tomara la iniciativa. No me acobardé. Yo me había metido en esto, yo saldría de ahí y no iba a dejarle ver mi vulnerabilidad.

Dando un paso al frente, tomé el valor que siempre había tenido y le enfrenté.

—¿Qué pasa?

La pregunta salió tan coloquial como si estuviera saludando a un viejo amigo y no me estuvieran temblando hasta las entrañas.

Eso pareció divertirlo, porque acentuó aún más su sonrisa y dio un paso al frente, acortando las distancias y haciendo que el foco de luz diera justo en su cara.

—«¿Qué pasa?» —repitió divertido—. Vaya, parece que no me explique con la suficiente claridad las otras veces. Eso, o tu eres demasiado necia como para pensar que no me entero de lo que haces fuera del trabajo.

Volvió a acercarse, quedando a solo unos centímetros de mi cuerpo. Tuve que levantar la cabeza para poder continuar con el contacto visual. No iba a dejarme acobardar.

—No soy una necia, pero tampoco tengo que darte explicaciones de lo que hago con mi vida.

—¿Y en que momento te he dado a entender que no me debes explicaciones? —inquirió acercando su rostro al mío, tanto, que nuestros alientos se entrelazaron, haciendo que mi frecuencia cardiaca aumentara—. Más si lo que haces involucra a otros de mis empleados.

—¿Ahora voy a tener que pedirte permiso para follar con quien quiera? —me burlé, pero él volvió su semblante impasible.

—Exacto. Follaras con quien yo quiera, cuando yo quiera, donde yo quiero y como yo quiera —puntualizó, con los ojos ardiendo en furia sobre los míos.

—Ese era el trato, sí —reconocí—. Pero eso no significa que no pueda hacerlo con quien yo quiera, donde yo quiera y como yo quiera, cuando a mí se me dé la gana.

—Ah, ¿creías que porque no estaba explicito tenias permiso para hacerlo con otros? —replicó, burlón—. Pues sorpresa, sorpresa. No es el caso.

—¿Me estas diciendo que solo puedo follar cuando tú me digas?

—Ding, dong. Premio para la señorita —se regodeó—. Así que manten las bragas en su sitio hasta que te lo diga, ¿queda claro?

Me crucé de brazos y le desafié con la mirada. Pero era en vano, ¿acaso tenia opción? ¿podía negarme? Quería creer que si, al fin y al cabo, ¿qué me lo impedía?

—O si no, ¿qué? —levanté el mentón. Instintivamente me lo agarró con una mano y acerco mi rostro al suyo, presionando mi barbilla con su pulgar y encajando el resto de sus dedos bajo mi mandíbula.

—Te enseñaré a acatar órdenes y, créeme, no quieres eso —siseó.

—No puedes obligarme.

—Puedo y lo haré. ¿O quieres que enseñe lo que grabaron las cámaras de seguridad a todo el mundo? Internet puede ser un lugar muy oscuro.

La respiración se me atoro en la garganta de la impresión. Joder, ¿cómo no había pensado en eso antes? Claro que tenía que haber cámaras de seguridad. Mierda.

Idiota, idiota, idiota. Quise darme de cabezazos contra la pared.

La angustia se hizo presente en mi pecho y un nudo se me formo en la garganta, haciendo difícil la tarea de tragar saliva. Había sido tan estúpida al creer que no existía ese tipo de seguridad en un lugar como aquel. Era una estúpida necia. Ahora sí que no podía negarme. Con una simple mancha de sangre podía defenderme, nadie podría saber la verdad, pero esto era distinto. Había pruebas. Pruebas muy gráficas.

Ante mi repentino silencio, sonrió.

—Ya no eres tan valiente, ¿eh? —pasó la lengua por su labio superior y pareció beberse mi expresión. Soltó una pequeña risa y pasó su pulgar por mi labio inferior, abriendo mi boca—. No te preocupes, este juego no es peligroso. A menos que quieras que lo sea.

Encontré mi voz como pude, todavía consternada.

—No, no lo quiero.

—Bien, buena chica. Mañana tenemos una cita con unos amigos. Nos darás un buen espectáculo y entretenimiento, ¿entendido?

Tragué saliva y rehuí el impulso de negarme. No podía dejar que ese video viera la luz. Haciendo uso de mi autocontrol, me forcé a aparentar una tranquilidad que no sentía.

—Claro, sin problemas.

—Así me gusta.

Acortó la distancia y posó sus labios contra los míos, rozándolos lentamente hasta atrapar mi labio inferior entre los suyos y succionarlo con fuerza. Lo hizo de una manera tan sensual que ni siquiera pude procesarlo hasta que se apartó.

—Hasta mañana, Lady Kenna.

Con eso se retiró, dejándome en aquella habitación oliendo a humedad, con el corazón bombeando a toda pastilla y una sensación de desosiego en mi pecho. Sin embargo, lo que más me preocupó no fue lo que pasaría la noche siguiente, ni que hubiera un video mío teniendo relaciones sexuales. Lo que más me preocupo fue la humedad que apareció entre mis piernas con tan solo compartir el mismo aire. Con tal solo rozar levemente mis labios contra los suyos. Con tan solo verle a milímetros de mi rostro con los ojos ardiendo en llamas.

Lo que más me preocupó fue como mi cuerpo respondía ante el suyo sin comprender los peligros que aquello suponía. Y es que el cuerpo no entiende a la razón.


***

Estoy de vuelta, espero que no me hayáis echado mucho de menos. 

Nos leemos pronto.

Siempre, gracias.

Pensamientos censuradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora