La mayoría de las personas de esta fiesta eran hombres blancos y, aparentemente, adinerados. Las únicas mujeres que estaban en la sala eran damas de compañía, por lo que ya me podía ir imaginando qué papel jugaría yo aquí. Solo de pensarlo se me revolvía el estómago.
Nos sentamos los cuatro en un rincón apartado, alrededor de una mesa redonda donde nos sirvieron unas bebidas. Ni siquiera pude preguntar qué era, Wren me miró discretamente antes de que pudiera abrir la boca. Evidentemente, a eso tampoco me podía negar.
La rabia crecía en mi interior. Había pasado de jugar mi propio juego y ser quien ponía las reglas, a ser el peón de otro tablero.
No obstante, eso duraría poco. Me lo prometí, en ese mismo instante. Daba igual lo que sucediera esa noche, sería la última vez que dejaban que dictaran mis movimientos.
Porque su gran error es olvidar que incluso un simple peón puede hacer jaque mate al rey.
Wren pasó su brazo por detrás de mi espalda y me rodeó la cintura, acercándome a él mientras seguía hablando con Simon. Me intenté relajar y observar a mi alrededor. Las pocas mujeres que había estaban en los regazos de hombres que no hacían más que toquetearlas sin ningún pudor, algunos incluso habían bajado su vestido y toqueteaban sus pechos, ahora a la luz de todos.
Aparté la vista asqueada y esta se cruzó con la de Mateo, quien me miraba con curiosidad sentado frente a mí. Mantuve el contacto visual con él y esbozó lentamente una sonrisa pícara. Deslizó lentamente la mirada por mi cuerpo y se relamió los labios, acción que no pude evitar imitar, ocasionando que su vista se posase en mi boca.
Sentí como la mano de Wren se suavizaba a mi alrededor hasta retirarla. Le miré automáticamente, pero él estaba con la vista en Simon. Vi que me miraba de reojo pero no se giró y siguió con su conversación.
Mateo también se dio cuenta de esto, porque amplió su sonrisa y se deslizó hasta sentarse a mi lado. Antes de que abriese la boca, Wren y Simon se levantaron de sus asientos.
—Ahora volvemos, tenemos asuntos que arreglar. Estaremos en mi oficina.
Simon se despidió por los dos y desaparecieron de la sala por un pasillo.
No supe si alegrarme o aterrorizarme por estar con plenos desconocidos en un terreno que tampoco me era conocido, aunque tampoco tuve mucho tiempo para pensar, porque Mateo rápidamente llenó el silencio.
—¿Cómo has acabado en esto?
Lo preguntó tan de sopetón que no supe ni digerir lo que había dicho.
—¿Qué?
Él suspiró, como si pensase que me estaba haciendo la tonta, pero la verdad es que no. Realmente no sabía en qué había acabado.
—En todo esto —señaló a su alrededor con sus manos—. No tienes el perfil de las demás prostitutas, no parece que necesites dinero ni que lo hagas por placer al sexo.
—Yo no soy una prostituta —le aclaré.
No se inmutó, como si tampoco le sorprendiera la pregunta.
—Peor me lo pones, porque estoy seguro de que si ahora mismo yo, o cualquiera de los presentes, te invitáramos a una habitación, no te negarías. La cuestión es, si no ganas nada, ¿por qué lo haces? ¿qué tienes con Wren Montgomery?
Se recostó en el sofá con los brazos extendidos a lo largo de este, posando uno de ellos justo detrás de mí. La sonrisa había desaparecido de su rostro y solo me miraba con ojos analíticos.
No conteste a ninguna de sus preguntas. Me mantuve firme y no le aparté la mirada ningún segundo y me retorcí las manos intentando no demostrar nada. No sabia quien era este chico, no sabia si me estaba poniendo a prueba por orden de Wren o si estaba buscando un punto débil para después usarlo en mi contra.
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Pensamientos censurados
Roman d'amourKenna Fletcher ha vivido siempre para contentar a los demás. Censurándose por completo. Censurando sus pensamientos. Pero ya no puede más. Se ha estado conteniendo. Pero se acabó. La verdadera Kenna va a surgir y va a arrasar con aquel que intente i...