Capítulo Siete

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La brisa se cuela por mis ropas al viento y hace que mi cuerpo se estremezca con un ligero temblor por el frío.

El cuentakilómetros no hace más que aumentar, rozando casi los ciento cincuenta kilómetros por hora. La adrenalina que recorre mi cuerpo, cada vez que aprieto un poco más el acelerador, me anima a seguir a esa velocidad.

Debería tener miedo al ir a tal rapidez, debería tener más cuidado por si me pilla la policía, tendría que bajar la velocidad, pero para ello yo tendría que ser fan de las reglas y, por suerte o por desgracia, no lo soy.

Cuando a lo lejos diviso mi destino, bajo la velocidad y paro en la puerta del bar, donde un elegante e intimidante Wren Montgomery me espera impaciente.

—Llegas veintiséis segundos tarde -es lo primero que dice al pararse a mi lado y examinar mi scooter—. Bonito trasto, ¿sabes que una señorita en vestido no debería ir subida en eso? —cuestionó señalando con una mueca de asco donde estoy sentada.

—Una señorita seguirá siéndolo a pesar de que su carruaje tenga sólo dos ruedas.

—Muy bien, Kennita, vámonos —exigió.

Y, de un empujón, me hizo a atrás en la moto y se subió frente al manillar.

—¡Eh!

—«¡Eh!», nada. Tendré que conducir yo, ¿no? Después de todo soy el que sabe a dónde vamos.

—Podrías haberlo pedido amablemente y me hubiese apartado —me quejé en un susurro.

No contestó, sólo giró la llave en el contacto y arrancó, tomándome desprevenida y haciendo que tuviera que agarrarme a su cintura, pasando mis brazos por sus abdominales.

Dijo algo, para después soltar una risa, pero no le oí, así que pasé de él y decidí apoyarme en su espalda por el resto del viaje.

∞∞∞

Media hora después, aparcamos frente a un edificio cutre y de mala muerte. Desde fuera, ya se puede notar el fuerte olor a marihuana y a cigarrillo, sin dejar de lado, el rastro de alcohol que hay en la entrada, como si hubieran tirado una botella entera al suelo.

Wren camina por delante de mí y me apremia a ir más deprisa, mientras él se introduce por unas grandes puertas deterioradas.

Le sigo el paso y, al entrar, me encuentro con lo que parece un casino que, sorprendentemente, está en mejor estado que el exterior del local.

Grandes mesas de póker rellenan la sala, dejando un escaso hueco para una pequeña barra y varias sillas altas, en las que están sentados un par hombres con alguna que otra mujer en sus rodillas.

Todo el mundo parece a gusto y alegre, lo que no sabía es si eso se debía a alguna droga o si de verdad se sentían felices en este lugar.

Continuamos andando entre las mesas, donde cada segundo parecía parar a Wren para saludarle, a lo que él sólo asentía con la cabeza y continuaba hacia su misterioso destino. No sé si esto se debía a que tenía prisa, a que era un hombre de pocas palabras o a qué, pero parecía que no le interesaba nada de lo que aquellos hombres podrían decirle.

Minutos después, paramos en una de las mesas de póker más grandes del lugar, en donde Wren coge una de las sillas y se sienta, indicándome que me siente sobre sus piernas. De mala gana, le hago caso; tampoco quiero montar un espectáculo.

En ella había muchos hombres, todos parecían rondar los treinta, excepto un par, que sobrepasan esa edad sin dificultad. Algunos de ellos tenían también a mujeres en sus regazos, aunque ellas parecían prostitutas.

Pensamientos censuradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora