Versículo 2

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VERSÍCULO 2

Hay una magia indiscutible en saber qué nos deparará el futuro. Se aprecia en la particular sonrisa que ilumina el rostro de quienes descubren su porvenir.

Sara conocía muy bien esas sonrisas, pues eran sus palabras y su arte los que las causaban.

Las dos jóvenes que acababan de entrar no eran diferentes de la mayoría. Sus ojos brillaban con la misma expectación de todos los que acudían a su consulta. Independientemente de sus motivaciones personales, nunca faltaba ese destello de impaciencia, de querer saberlo todo cuanto antes.

La chica morena, la más alta y rellenita, dejó caer el telón que hacía las funciones de puerta y el bullicio de la feria quedó razonablemente amortiguado. Era imposible aislarse por completo de la atmósfera festiva que acompañaba a todas las ferias. Cada puesto tenía su propia música, los feriantes ofertaban sus atracciones o sus mercancías, y los visitantes cantaban, gritaban y reían. En resumidas cuentas, disfrutaban. Una feria silenciosa sería impensable, aburrida y sin ningún tipo de encanto.

Las dos chicas miraron con los ojos muy abiertos la infinidad de objetos que adornaban la tienda de Sara. Había frascos de diversos tamaños y formas, muñecos pequeños, multitud de libros en las estanterías y muchas figuras colgando del techo, casi todas de animales exóticos, como dragones. Observaron durante unos segundos la fiel representación del firmamento nocturno que estaba dibujada en el techo. La luz de la estancia era muy tenue, pero los planetas y las estrellas refulgían, mientras el aroma del incienso arropaba a las dos visitantes.

—Bienvenidas —dijo Sara.

—Hola —respondió la morena—. Veníamos a... consultar...

—Quiere saber si un chico está enamorado de ella —intervino su amiga.

La morena le dio un codazo.

—Ya veo —dijo Sara, divertida—. Sentaos y veremos qué se puede hacer.

Era una petición muy usual, y más tratándose de adolescentes. El amor suscitaba la mayoría de las consultas que recibía, y eso a Sara le encantaba. No se le ocurría una motivación mejor.

Por fortuna, prácticamente todos los que requerían sus servicios perseguían buenos fines. Resolver conflictos con amigos o familiares, conocer el desarrollo futuro de una enfermedad y su posible curación, cosas así, siempre lideradas por el amor y las cuestiones económicas. También había gente interesada en la vida después de la muerte, pero en general nadie albergaba malas intenciones. Solo en un par de ocasiones, Sara tuvo que negarse a atender la consulta. Se trataba de un hombre que buscaba el modo de dejar lisiado a su jefe, y de un chaval que quería castigar a su novia por haberle engañado con otro. Por lo visto tenían la idea de que Sara era una especie de experta en vudú.

Las dos chicas se sentaron frente a la mesa del centro de la tienda. Sara apartó una bola de cristal, y encendió una vela blanca, alargada y gruesa, que descansaba sobre un platillo cubierto de pétalos de rosas, cuarzos y monedas herrumbrosas. Un hilillo de humo ascendió retorciéndose y se fue esparciendo por las lonas que hacían las veces de paredes.

—¿De verdad puedes ver el futuro? —preguntó la enamorada.

—No siempre —contestó Sara manteniendo el misterio—. Es un arte complicado y requiere mucho esfuerzo. Decidme vuestros nombres.

—El mío, no —dijo la amiga—. Yo no creo en estas cosas. Solo la acompaño para que deje de darme la paliza.

—Yo soy Carolina y ella es Marta. Le da vergüenza admitir que esto le gusta tanto como a mí.

La Biblia de los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora