Versículo 34

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VERSÍCULO 34

Mihr no se resistió. No le hubiera servido de nada.

Los otros cinco ángeles se lanzaron sobre él, reaccionaron en cuanto advirtieron sus intenciones, aunque fue demasiado tarde como para impedir que arrojara al Gris al abismo. Le redujeron y le encadenaron las alas.

Duma perdió el control.

—¿Te has vuelto loco? ¡Has matado al Gris! No tenías derecho a tomar esa decisión por tu cuenta.

Los demás estallaron en un remolino de tensión. Volaron alrededor de Mihr, interrogándole, exigiendo una explicación. Algunos se encendieron por la rabia.

Mihr permaneció en silencio, sin mirar a nadie directamente. Mikael fue el único ángel que conservó la calma.

—No hablará —dijo a sus hermanos—. No insistáis en preguntarle.

Gad llamó una vez más al orden.

—¿Por qué dices eso? —preguntó el moderador.

—Porque es evidente —contestó Mikael—. Ha matado al Gris para silenciarle, por lo que estaba a punto de decir. Si se ha expuesto para proteger ese secreto no lo contará ahora porque le hagamos preguntas.

—Entonces tendremos que emplear otros métodos para hacerle hablar —rugió Duma—. Sus actos no pueden quedar impunes.

Los ángeles estuvieron de acuerdo. Especialmente, cuando Mihr confirmó las palabras de Mikael. No habló, pero no hizo falta. Su mirada desafiante y su actitud fueron suficientes.

—Debemos replantearnos lo sucedido —sugirió Gad—. Si se ha delatado para evitar que el Gris hablara, tiene que ser por una razón de peso. ¿Estará involucrado en la muerte de Samael?

—No tiene sentido —reflexionó Duma—. Si Mihr tuvo algo que ver con la muerte de Samael, estaría aliado con el Gris. ¿Por qué matarle?

—Luego es evidente que no eran aliados —concluyó Mikael. Voló hasta quedar a menos de un centímetro del rostro de Mihr—. Quiero que prestes atención, hermano. Vas a sufrir. Mucho más que cualquier criatura mortal. Voy a prolongar tu agonía hasta el fin de la existencia. Y creo que sabes de lo que soy capaz. Te juro por lo más sagrado que ningún ser en toda la creación experimentará un tormento semejante. Solo confesando ahora mismo, no mañana, ni dentro de un tiempo, sino ahora, conseguirás evitarlo. Tú decides.

Se hizo el silencio. Mihr alzó lentamente la cabeza, hasta enfrentarse a los ojos de Mikael.

—¿Crees que no te conozco, hermano? Es verdad, sé de lo que eres capaz. Y también lo sabía antes de matar al Gris. De todos los que estamos aquí, yo soy el único que conoce la verdad, y si estoy en esta situación es porque yo lo he decidido. Ya he sopesado mis posibilidades y las consecuencias. Haz lo que tengas que hacer. No hablaré. ¿Piensas que me descubriría para luego rendirme ante una amenaza?

Los ojos de Mikael relampaguearon, arrojaron destellos de pura rabia.

—Así sea, hermano. Me aseguraré de que lamentes haber decidido proteger ese secreto. Y hablarás, no lo dudes...

—No lo hará —dijo alguien.

Los ángeles se miraron entre ellos, buscando a quien había hablado. El rostro de Mihr se deformó por la sorpresa.

Un punto de luz se acercaba zigzagueando, cambiando de velocidad bruscamente. Se aproximó a ellos, creció y se definió su forma. Ningún ángel pudo creerlo cuando se detuvo ante ellos.

La Biblia de los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora