Versículo 18

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VERSÍCULO 18

Un ronquido rebotó entre las paredes.

Plata ocupaba todo el sofá con su nuevo cuerpo de ciento treinta kilos. Su pecho ascendía pausadamente y luego descendía liberando un estruendo sobrehumano a través de las fosas nasales.

—Yo es que alucino con este tío —dijo el niño tapándose los oídos. Se sentó sobre la barriga de Plata—. Como si nada. Haría falta un misil para despertarle.

—Déjale en paz —dijo Miriam.

Diego se bajó de la barriga de Plata de un salto, refunfuñando, fue hasta la estatua del león de oro que tanto le gustaba. Tuvo que apartarse para no tropezar con el Gris.

—Algo hemos hecho mal —dijo el Gris. Paseaba por el salón mirando al suelo—. Así que reflexionemos. Quiero oír vuestras opiniones.

Sara no se atrevió a comentar la suya, principalmente porque no tenía ninguna. Y lo último que quería era decir una estupidez delante de Álex y darle un motivo para humillarla en público.

De nuevo se sintió como una inútil. ¿Qué sabía ella de posesiones? Solo lo que el niño le había enseñado, y estaba claro que no había funcionado. El demonio debía haber salido del cuerpo de Silvia para encontrarse con la sorpresa de que no podía poseer al Gris. Sin embargo, nada de eso había sucedido. Ella incluso había llegado a pensar que se habían equivocado y que estaban torturando a una chica normal y corriente. Hasta que el Gris le apuñaló el corazón. Entonces la niña despertó y rugió, y no con una voz humana, precisamente. Se arrancó el cuchillo y obligó al Gris a retroceder fuera de las runas de protección. Mario se había desmayado de la impresión. Se lo llevaron junto a su mujer a otra habitación.

Ya nadie tuvo la menor duda de que estaba poseída. Solo restaba averiguar cómo el demonio se había resistido a la expulsión.

—Hemos topado con un cabrón muy fuerte —comentó Diego acariciando el león—. Yo me piraba. Después de todo, Mario es un cerdo y se lo merece. Y su mujer tampoco es que me caiga muy bien, aunque está buena, eso sí.

—Yo estoy de acuerdo con el niño —intervino Álex—. No es que sea un cobarde como él, pero aquí no pintamos nada. Podemos conseguirte otras almas, Gris, resolviendo un caso que nos interese, que sirva a nuestros propósitos.

Sara se preguntó qué propósitos serían esos. También se indignó ante las sugerencias de Diego y Álex. No se esperaba una actitud tan fría. ¿A ninguno le importaba salvar a la niña? Esperó que el Gris no estuviera de acuerdo con ellos.

—Podéis iros si queréis —dijo el Gris—. Aquí nadie está por obligación.

—No hables así, ni se te ocurra —dijo Álex con tono agresivo—. Nadie se va a separar. O nos vamos o nos quedamos, pero lo haremos juntos, que quede claro.

—Ahora soy yo el que está de acuerdo con el guaperas —dijo el niño—. Aunque sigo votando por abrirnos de esta casa. Ese demonio es muy chungo.

Formaban una pareja extraña. Sara no detectaba ningún rasgo en común entre Álex y Diego. Ni sus ideas ni su carácter parecían compatibles. Se descalificaban sin reparos, y pese a todo permanecían unidos. La rastreadora comprendió que compartían algo, un fin que aún no le habían revelado. Solo así se explicaba que fueran compañeros.

—Esta vez es diferente —argumentó el Gris—. Me quedan dos días —dijo mirando a Miriam de soslayo. La centinela asintió—. Y por lo visto nos enfrentamos a algo desconocido, algo que tal vez nos supera. Si queréis abandonar, lo entenderé.

La Biblia de los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora